"Yo era un estudiante miserable", cuenta un viejo maestro de escuela, hoy ya jubilado y con varios nietos, «hasta tal punto que en el Bachillerato repetí un año dos veces. Así andaba, con la espalda encorvada por el peso de la pubertad y la sensación de ser un fracasado. Lo único que preservaba, al menos en parte, mi autoestima era mi recién descubierta habilidad para volver a hacer funcionar planchas fundidas, lámparas rotas y radios enmudecidas. Era un barrio muy pobre, en el que no se encontraban fácilmente especialistas ni repuestos. El hecho de que todos los vecinos me buscaran -recompensándome a veces incluso con un poco de chocolate- era un bálsamo para mi alma».
El principio que hay detrás de esta experiencia de un viejo maestro juega un papel importantísimo en la pedagogía de todos los grandes reformadores de la educación. Es la sencilla máxima de que un niño necesita sentirse importante, es decir, que no puede existir sin la experiencia de tener éxito al menos en alguna de sus actividades. Y si no lo obtiene en los estudios, hay que proporcionárselo por otras vías.
Por ello, en las instituciones de estos grandes pedagogos siempre se realizan actividades al margen de las asignaturas puramente académicas: música, teatro, danza, deportes, trabajos manuales... un amplio campo para cosechar éxitos, porque cualquier niño posee algún talento o sabe hacer algo especialmente bien.
El principio que hay detrás de esta experiencia de un viejo maestro juega un papel importantísimo en la pedagogía de todos los grandes reformadores de la educación. Es la sencilla máxima de que un niño necesita sentirse importante, es decir, que no puede existir sin la experiencia de tener éxito al menos en alguna de sus actividades. Y si no lo obtiene en los estudios, hay que proporcionárselo por otras vías.
Por ello, en las instituciones de estos grandes pedagogos siempre se realizan actividades al margen de las asignaturas puramente académicas: música, teatro, danza, deportes, trabajos manuales... un amplio campo para cosechar éxitos, porque cualquier niño posee algún talento o sabe hacer algo especialmente bien.
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