Casi todas las reyertas familiares empiezan sin que los contrincantes adviertan que se están peleando. Cada uno desea algo, alcanzar un objetivo que tiene en mente y le parece el más acertado, en tanto que la otra persona simboliza un obstáculo fastidioso. Supongamos que mamá, por ejemplo, está lavando los platos y papa repara un cable de luz; en ese preciso momento suena el teléfono. Mamá pega un grito pidiendo que papá vaya a atender, pero papá responde que no puede hacerlo porque tiene que completar con la luz del día el trabajo que está haciendo.
¿Cómo es posible que jamás pueda contar con tu ayuda cuando la necesito?, refunfuña mamá. Y este minidiálogo basta para que la pareja se vea envuelta en una discusión donde cada uno evalúa la consideración que recibe del otro y lo poco que importan sus propias necesidades. En este caso, cada uno estará insistiendo en forma encubierta para conservar el poder en sus manos; un psicólogo diría que sus frágiles egos buscan la manera de parecer invulnerables.
¿Cómo es posible que jamás pueda contar con tu ayuda cuando la necesito?, refunfuña mamá. Y este minidiálogo basta para que la pareja se vea envuelta en una discusión donde cada uno evalúa la consideración que recibe del otro y lo poco que importan sus propias necesidades. En este caso, cada uno estará insistiendo en forma encubierta para conservar el poder en sus manos; un psicólogo diría que sus frágiles egos buscan la manera de parecer invulnerables.
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