Hay algunos niños que tienen poca ocasión de saborear el éxito, esa sensación que nos invade al terminar una tarea bien hecha. Y allí donde consiguen algo, a menudo no experimentan una auténtica satisfacción, sea porque el éxito haya sido demasiado fácil de alcanzar, sea porque nosotros, los padres, les quitamos demasiadas piedras del camino.
¿Cómo viven actualmente ciertos niños? No les faltan juguetes, ni dulces, ni entretenimientos, ni amor, ni dedicación.
Lo tienen todo incluso antes de pedirlo. Comparado con los niños de antes, viven en una especie de Jaula, donde los cochecitos y las muñecas se apilan en los estantes, los armarios están llenos de ropa y en la cocina nunca faltan galletitas. ¿Por qué, entonces, se muestran tantas veces insatisfechos, caprichosos, ariscos? Porque les ocurre lo mismo que a Adán y Eva en el paraíso: se aburren.
Claro que esto no quiere decir que serían más felices sin juguetes, comida y amor. Pero también es verdad que no produce la misma satisfacción comerse una tableta de chocolate comprada en el kiosco, que fabricarse uno mismo caramelos, con azúcar, cacao y manteca derretida. Y los niños que se construyen ellos solos un carro de madera juegan más contentos y se sienten más importantes que aquellos que telediri-gen un sofisticado coche.
Porque ellos necesitan esforzarse en la medida necesaria, utilizar al máximo su potencial de actividad para ser felices.
¿Cómo viven actualmente ciertos niños? No les faltan juguetes, ni dulces, ni entretenimientos, ni amor, ni dedicación.
Lo tienen todo incluso antes de pedirlo. Comparado con los niños de antes, viven en una especie de Jaula, donde los cochecitos y las muñecas se apilan en los estantes, los armarios están llenos de ropa y en la cocina nunca faltan galletitas. ¿Por qué, entonces, se muestran tantas veces insatisfechos, caprichosos, ariscos? Porque les ocurre lo mismo que a Adán y Eva en el paraíso: se aburren.
Claro que esto no quiere decir que serían más felices sin juguetes, comida y amor. Pero también es verdad que no produce la misma satisfacción comerse una tableta de chocolate comprada en el kiosco, que fabricarse uno mismo caramelos, con azúcar, cacao y manteca derretida. Y los niños que se construyen ellos solos un carro de madera juegan más contentos y se sienten más importantes que aquellos que telediri-gen un sofisticado coche.
Porque ellos necesitan esforzarse en la medida necesaria, utilizar al máximo su potencial de actividad para ser felices.
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