A partir de una cierta edad, los padres tienen que enseñarles a inyectarse solos, a cuidar que sus jeringas estén en buen estado, a saber qué alimentos los perjudican, a detectar cuándo se produce un descenso brusco del azúcar (tienen que saber que la excesiva actividad física puede disminuir la glucemia, por lo que si corren, se mueven o hacen ejercicio tienen que tomar antes un caramelo, un terrón...). A partir de los 9-10 años pueden ya manejar sus pruebas de orina y sus inyecciones (sin interpretar por sí mismos los resultados) y, entre los 16-17 ser totalmente autosuficientes.
Si la diabetes se trata adecuadamente, el crecimiento y la vida del niño serán totalmente normales. Los padres tienen que buscar que sus hijos diabéticos vivan como los demás, que no se sientan distintos, evitando protegerlos demasiado, o someterlos a restricciones muy estrictas, porque de lo que se trata, es de alentar su independencia y su contacto normal con los otros niños.