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sábado, 7 de mayo de 2011

Los adolescentes invaden la casa


Papá no pudo disimular su malestar cuando al dirigirse a su sillón preferido, dispuesto a leer el diario, encontró en él a un amigo de su hijo. Estaba muy apoltronado, con las piernas sobre la mesita del living, hojeando con desgano una revista de rock.

Una tarde mamá llegó de hacer las compras y se fue derechito a la cocina para apurar la cena. Su hija con unos amigos se le había adelantado con su propio proyecto, prepararse una suculenta y variada merienda, y de esa tarea daban cuenta los utensilios utilizados que aparecían aquí y allá.

Pero son especialmente los días feriados los que se prestan para que los amigos de los hijos se instalen en casa y la transformen en su cuartel general. Se quedan a comer, a veces a dormir. y con el correr de las horas se les suman otros chicos. Entonces es frecuente que el baño esté permanentemente ocupado (¡no salen nunca!), y que la música se escuche en todas las habitaciones con un sonido no precisamente bajo (¡los vecinos!).

Mamá no da abasto haciendo sandwiches (¡cómo comen!), y si papá llega hambriento y sediento encuentra la heladera despojada (y hay que salir corriendo a comprar algo). Mientras, ellos fuman despreocupadamente sin importarles el destino final de la ceniza (cortinas, alfombras...). Y más: madre y padre sienten, sospechan, adivinan que están de más, porque las miradas de su hijo/a son muy elocuentes cuando se quedan junto al grupo. Y como no quieren soportar el futuro reproche (¡siempre me estás vigilando!), hacen mutis por el foro, pero ¿adonde? porque la casa no es demasiado grande...
"¿Siempre se tienen que reunir aquí?"

Ellos nunca se opusieron a que sus hijos recibieran a sus amigos; les da cierta tranquilidad y les gusta que sean sociables. Pero no pueden negar que por momentos se sienten francamente invadidos. Hay espacios "sagrados", en los cuales los adolescentes se acomodan y como son los invitados, los chicos de la casa no les ponen ninguna restricción.Pero mamá y papá no dicen una palabra; de ninguna manera mortificarían a sus hijos; se callan y aguantan, aunque no poder disfrutar de todos los ámbitos a sus anchas les molesta bastante.

Y no dejan de pensar: ¿por qué no se reunirán alguna vez en otra casa?''. Porque la suya, cuando se producen estos encuentros, no les pertenece como antes, al menos para estar y pasearse por ella con la comodidad habitual. La intimidad se ve perturbada: papá no se atreve a ponerse el piyama para ver la TV a gusto, y mamá resigna la bata y las chinelas.

La brecha generacional en este período es más intensa que nunca y hay que encontrar medios para acortarla. La comunicación con los adolescentes se hace difícil, es cierto; también es cierto que ellos están esperando un motivo para enfrentarse a sus padres y descalificarlos. Sin embargo, los necesitan, y este rechazo sistemático a lo que los progenitores dicen no es más que una forma de afirmar su identidad. De manera que para solucionar el tema de la "invasión" hay que apelar a la imaginación.

Se puede intentar llegar a acuerdos y negociar zonas y horarios: "El sábado nosotros vamos al cine; vos y tus amigos pueden quedarse en casa"; "hoy queremos mirar televisión en el living, ¿si escuchan música en la habitación?"...


Cuando se trata de una reunión ocasional, de ésas a toda música, a toda comida, a toda "pilcha", y con invitados que superan el número habitual, el asunto es otro. En tanto hayan avisado con anticipación, y se ocupen de organizar todo, no existen impedimentos. Pero, cuidado: siempre y cuando respeten y hagan respetar la integridad del lugar y no repitan ese tipo de fiesta todos los fines de semana. Es probable que al día siguiente la encargada de restaurar el orden donde alguna vez lo hubo sea mamá, pero hay que tratar de comprenderlos, acompañarlos en su crecimiento y compartir algo con ellos. Por eso, vale la pena tolerar ese trabajito extra.

Y no olvidar que chicas y muchachitos tienen que conocer el límite de sus deseos, y, ya que están probando cómo estar en el mundo, enseñarles a respetar la vida de los demás (en este caso la de sus padres) es un muy buen ejercicio.