Papi. ¡Viejo! ¡Cuánto te amo! Será por eso que, al terminar la escuela primaria, sólo veía tu rostro entre la muchedumbre de padres que asistieron al acto de fin de curso. Será por eso que disfruté bailando recostada sobre tu pecho cuando celebramos mis quince años. Será por eso que, al recibirme de Perito Mercantil, operadora de PC y profesora de inglés, vivencié tomada de tu brazo mi ingreso en el Liceo y sentí que era tu mano la que colocaba en la mía los diplomas "Suma cum Laude".
Será por eso que, mis pasos, cansados de tanto correr tras amores imposibles, se cruzaron con los de un antiguo amor estoico en el que, casi ciega, yo no había reparado. Un amor por fin mutuo, sincero, puro y adolescente, pese a nuestros "treinta y tantos", por el que entré en el templo vestida de blanco y (también) de tu brazo.
Será por eso, en fin, que hoy miro a mi esposo jugando con nuestra hijita de cinco meses y medio y pinchando con la barba su carita risueña al besarla, y no puedo menos que recordar mi niñez a tu lado. Rememoro cómo arrugaba la nariz y reía como lo hace ella, porque tu barba también pinchaba mi carita de niña mimada.
Sin embargo, no todo es cielo azul, papá. Porque también recuerdo cuando mi madre, a quien tanto amé y amo, me dijo el día que cumplí los veinticinco años, que no eras mi verdadero papá.
Sentí tanto dolor, tanto odio. Huí. Y regresé por amor. Y aprendí a perdonar... Porque nosotros sabemos, papá, que ser padres no pasa sólo por lo genético. El corazón es el órgano por el que se rigen la maternidad y la paternidad, y es por eso que a nuestra hija de la panza le queremos regalar un hermanito del corazón. Y vamos a decirles a ambos la verdad, siempre la verdad.
Y sé que también en esta decisión me vas a acompañar, como lo hiciste en todas las circunstancias de mi vida. Como cuando era chiquita y me caía jugando y exigía a voz en cuello que me levantaras del piso ("¡Que me junte pa-pi...!"), aunque ya podía hacerlo sola. Pero venías y, entre risas, extendías tu mano grande para que yo la tomara y me parase.
"Pone las manos cuando te caigas", me decías. "Así no te golpeas y volvés a levantarte". Siempre lo hice de ese modo en la vida, papá, siempre.
Será por eso que, mis pasos, cansados de tanto correr tras amores imposibles, se cruzaron con los de un antiguo amor estoico en el que, casi ciega, yo no había reparado. Un amor por fin mutuo, sincero, puro y adolescente, pese a nuestros "treinta y tantos", por el que entré en el templo vestida de blanco y (también) de tu brazo.
Será por eso, en fin, que hoy miro a mi esposo jugando con nuestra hijita de cinco meses y medio y pinchando con la barba su carita risueña al besarla, y no puedo menos que recordar mi niñez a tu lado. Rememoro cómo arrugaba la nariz y reía como lo hace ella, porque tu barba también pinchaba mi carita de niña mimada.
Sin embargo, no todo es cielo azul, papá. Porque también recuerdo cuando mi madre, a quien tanto amé y amo, me dijo el día que cumplí los veinticinco años, que no eras mi verdadero papá.
Sentí tanto dolor, tanto odio. Huí. Y regresé por amor. Y aprendí a perdonar... Porque nosotros sabemos, papá, que ser padres no pasa sólo por lo genético. El corazón es el órgano por el que se rigen la maternidad y la paternidad, y es por eso que a nuestra hija de la panza le queremos regalar un hermanito del corazón. Y vamos a decirles a ambos la verdad, siempre la verdad.
Y sé que también en esta decisión me vas a acompañar, como lo hiciste en todas las circunstancias de mi vida. Como cuando era chiquita y me caía jugando y exigía a voz en cuello que me levantaras del piso ("¡Que me junte pa-pi...!"), aunque ya podía hacerlo sola. Pero venías y, entre risas, extendías tu mano grande para que yo la tomara y me parase.
"Pone las manos cuando te caigas", me decías. "Así no te golpeas y volvés a levantarte". Siempre lo hice de ese modo en la vida, papá, siempre.