Existe una teoría según la cual el hombre nace con un instinto de acción tan fuerte como el instinto de la supervivencia. En tiempos prehistóricos, este impulso de actuar era necesario para que el cazador pudiera dedicarse con las suficientes ganas a la tarea de cazar, vital para sobrevivir. Y como tenía que cazar todos los días a pesar de las fatigas físicas o las inclemencias del tiempo, se creó en él un potencial de acción que se renueva constantemente, como un almacén que no se vacía nunca porque siempre se vuelve a abastecer.
Hoy en día, la necesidad de este instinto parece menos evidente, pero aún persiste. Cualquier madre lo puede observar en su bebé: el recién nacido no sólo posee el impulso innato de alimentarse, sino que también dispone del necesario potencial de acción para que no se le acabe la energía que necesita para chupar. Si se alimenta al bebé con biberón y la tetina tiene un agujero demasiado grande, de manera que traga muy deprisa, ocurre a menudo que el niño siga llorando, aunque su hambre esté satisfecho.
También en el reino animal existen ejemplos de insuficiente consumo de esta energía innata. Ahí está, por ejemplo, el lobo que, un cautiverio, anda continuamente de un lado para otro en su jaula. Está hecho para correr y dispone de la fuerza necesaria para perseguir a su víctima incluso días enteros. No es bastante darle de comer, también necesita su diaria ración de desgaste de energía. Lo mismo les pasa a los caballos: si están muchos días inactivos en el establo se vuelven caprichosos y agresivos... igual que los niños cuando no tienen una ocupación satisfactoria.
Hoy en día, la necesidad de este instinto parece menos evidente, pero aún persiste. Cualquier madre lo puede observar en su bebé: el recién nacido no sólo posee el impulso innato de alimentarse, sino que también dispone del necesario potencial de acción para que no se le acabe la energía que necesita para chupar. Si se alimenta al bebé con biberón y la tetina tiene un agujero demasiado grande, de manera que traga muy deprisa, ocurre a menudo que el niño siga llorando, aunque su hambre esté satisfecho.
También en el reino animal existen ejemplos de insuficiente consumo de esta energía innata. Ahí está, por ejemplo, el lobo que, un cautiverio, anda continuamente de un lado para otro en su jaula. Está hecho para correr y dispone de la fuerza necesaria para perseguir a su víctima incluso días enteros. No es bastante darle de comer, también necesita su diaria ración de desgaste de energía. Lo mismo les pasa a los caballos: si están muchos días inactivos en el establo se vuelven caprichosos y agresivos... igual que los niños cuando no tienen una ocupación satisfactoria.
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