No podemos aceptar es que el único medio para imponer estos límites sean los golpes. Existen métodos más humanos y más eficaces. Podemos caer en una escalada de violencia.
Nuestra lectora cuenta cómo le pegó a su hija cuando le sacó la lengua. Al parecer, esto bastó para que se portara mejor. ¿Y si le hubiera sacado la lengua otra vez? ¿Le habría pegado más fuerte? ¿Y después? ¿Habría seguido hasta llegar a la paliza? Uno de los grandes peligros de los castigos físicos es que pueden convertirse en una escalada de violencia. Al final, el educador sólo tiene dos opciones: o ceder o pegar más fuertes.
Nuestra lectora podría alegar que sus hijos obedecen ya con una pequeña cachetada y no se produce ninguna escalada. ¡Pero en cuántas familias esto no es así! ¡Cuántos niños prefieren ofrecer la manita para recibir otro golpe antes de plegarse a la voluntad de los padres! ¿Y qué decir de los más grandes? Sólo hay que preguntar a la generación anterior, cuando la educación a fuerza de bofetadas estaba muy extendida. ¡Cuántos chicos preferían la paliza antes de dar su brazo a torcer! A la larga, la educación a los golpes sólo puede dar dos tipos de personalidad: la rebelde o la excesivamente sumisa.
Si nuestra lectora afirma que su método es eficaz, pensamos que esto es así porque posee una fuerte personalidad. Es su personalidad, no los golpes, lo que guía a sus hijos. Los padres que no son una autoridad para sus hijos pueden pegar tanto como quieran, sin que les hagan el más mínimo caso. Por el contrario, los que se imponen por su personalidad no necesitan recurrir a los golpes.
En una encuesta realizada por la revista alemana, Eltern, casi todos los padres-entrevistados coincidían en que el efecto de una cachetada o de una bofetada sólo duraba unas horas, si acaso: según un 18 por ciento, los niños obedecían durante unos días; según un 20 por ciento, durante unas horas; para un 41 por ciento, el efecto era nulo; y el restante 21 por ciento afirmaba que los golpes volvían a los chicos más rebeldes. En resumidas cuentas: pegar no sirve como método educativo.
Nuestra lectora cuenta cómo le pegó a su hija cuando le sacó la lengua. Al parecer, esto bastó para que se portara mejor. ¿Y si le hubiera sacado la lengua otra vez? ¿Le habría pegado más fuerte? ¿Y después? ¿Habría seguido hasta llegar a la paliza? Uno de los grandes peligros de los castigos físicos es que pueden convertirse en una escalada de violencia. Al final, el educador sólo tiene dos opciones: o ceder o pegar más fuertes.
Nuestra lectora podría alegar que sus hijos obedecen ya con una pequeña cachetada y no se produce ninguna escalada. ¡Pero en cuántas familias esto no es así! ¡Cuántos niños prefieren ofrecer la manita para recibir otro golpe antes de plegarse a la voluntad de los padres! ¿Y qué decir de los más grandes? Sólo hay que preguntar a la generación anterior, cuando la educación a fuerza de bofetadas estaba muy extendida. ¡Cuántos chicos preferían la paliza antes de dar su brazo a torcer! A la larga, la educación a los golpes sólo puede dar dos tipos de personalidad: la rebelde o la excesivamente sumisa.
Si nuestra lectora afirma que su método es eficaz, pensamos que esto es así porque posee una fuerte personalidad. Es su personalidad, no los golpes, lo que guía a sus hijos. Los padres que no son una autoridad para sus hijos pueden pegar tanto como quieran, sin que les hagan el más mínimo caso. Por el contrario, los que se imponen por su personalidad no necesitan recurrir a los golpes.
En una encuesta realizada por la revista alemana, Eltern, casi todos los padres-entrevistados coincidían en que el efecto de una cachetada o de una bofetada sólo duraba unas horas, si acaso: según un 18 por ciento, los niños obedecían durante unos días; según un 20 por ciento, durante unas horas; para un 41 por ciento, el efecto era nulo; y el restante 21 por ciento afirmaba que los golpes volvían a los chicos más rebeldes. En resumidas cuentas: pegar no sirve como método educativo.