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sábado, 26 de febrero de 2011

Un niño demasiado bromista


Un niño alegre es un niño feliz. ¿Quién lo duda? Un niño espontáneo, saludablemente inquieto y juguetón, un pequeño que bromea y se ríe es la expresión viva de una infancia dichosa y de un crecimiento sin trabas. Pero no toda gracia es saludable ni todo humor significa felicidad. También en esto caben excesos. Veamos, si no, el caso de Claudio.


Una mañana en el colegio, para hacer reír a sus compañeros metió una lagartija en el cajón de la mesa de la maestra. Cuando ésta entró en clase, el silencio era tan denso que casi podía tocarse. A los diez minutos abrió el cajón para buscar una tiza y... desde luego que todos se rieron ante el salto que pegó. Y a Claudio le tocó desfilar, en loor de multitudes, camino del despacho del director. Claro que a sus padres, cuando fueron informados, la cosa no les hizo tanta gracia.

Y es que hay niños muy graciosos. A las bromas de Claudio no les falta osadía y, muchas veces ingenio. Son golpes maestros que le aseguran celebridad. De hecho ya es famoso, y no sólo en su colegio, sino en parte del distrito escolar. Una celebridad duramente adquirida después de una intensa carrera ascendente.

En otra ocasión la profesora de inglés llegó al aula unos minutos antes de lo habitual. No sospechaba ella el llamativo espectáculo que había estado a punto de perderse. Claudio, en el frente, realizaba para sus colegas una perfecta imitación de "la cotorra de inglés", con graznidos y todo.

No hablemos de su casa, donde están ya un poco más que hartos. Una de sus especialidades son los números de terror. Puede surgir de la oscuridad con un súbito alarido, poniendo a su abuela al borde del infarto. Su mamá recuerda con espanto la tarde en que lo encontró tendido en mitad del living, con los ojos en blanco mientras de sus labios resbalaba un líquido rojo. Por suerte se trataba de simple mercromina.

No hay duda de que el niño tiene un gran sentido de la teatralidad y una cuidada escenografía. También es especialista en imitaciones. Cuando un personaje de la tele le llama la atención, imita su voz y sus gestos las 24 horas del día, y sigue erre por erre aunque ya no haga gracia y para hastío de quienes lo rodean.

¿Qué nos está indicando el comportamiento de Claudio y de otros que, como él se hacen los payasos todo el tiempo?

No se nos entienda mal. Un payaso es un personaje tierno y cercano para los niños. Imitarlo es una de las cosas más saludables que hay. El sentido del humor, además, es una cualidad muy importante en las personas. Incluso funciona muchas veces como un valioso mecanismo adaptativo frente a situaciones difíciles.

Pero en algunos niños observamos un exceso, una patética desesperación por hacer gracia a toda costa, aunque la reacción de los demás muestre claramente lo contrario. Algo no anda bien.

Claudio, sin ir más lejos, tiene resultados escolares que dejan mucho que desear. Y tiene un hermano que, por contraste, obtiene calificaciones excelentes. Sus padres no disimulan sus preferencias por este escolar brillante, inteligente y dócil.

Con su conducta Claudio está buscando eso que se repite tanto a la hora de explicar muchos comportamientos infantiles: llamar la atención. Dicho de otra forma, busca reconocimiento y afecto, gustar y sorprender con sus gracias.

El aprendiz de cómico convertido en bufón

Cuando Claudio era todavía muy niño, su familia celebraba con ganas sus monerías infantiles. Siguió creciendo y fue evidente que había resultado agraciado con el don de la chispa, del humor y la gracia espontáneos que hacían reír a todos. Hasta que sus primeros fracasos escolares, en contraste con los triunfos de su hermano, comenzaron a robarle la auténtica alegría. Contraste que además fue resaltado, al establecer inoportunas comparaciones, por unos padres carentes de tacto. Y como ya se había especializado en hacer reír, esa especialidad suya tenía ahora que cargar con el peso de apuntalar su maltrecha valoración de sí mismo.

La verdad es que aún tiene gracia muchas veces, pero otras tantas tiene muy poca o ninguna. Además con frecuencia hay en sus bromas verdadera mala onda, que delata la amargura y la angustia que laten en el fondo.