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viernes, 28 de enero de 2011

Los niños y los vecinos


Los niños necesitan un espacio para vivir y crecer, y en este espacio deberían poder alborotar y desahogar sus tensiones. Es aquí donde más chocan sus necesidades con las de los adultos. Es comprensible que el vecino del tercero se queje si la chiquillería de todo el edificio sube y baja las escaleras con un estruendo infernal o si los hijos del vecino de arriba estrenan sus nuevos patines precisamente en el pasillo.

Pero si protesta por el llanto de un bebé o las correrías de un pequeño de dos años, es él quien peca de falta de comprensión. "Tengo dos hijos de 5 y 7 años que, desde luego no son precisamente unos angelitos, pero el vecino de abajo tampoco resulta especialmente comprensivo. Harta de pedir a los niños que no corrieran, no hicieran ruido, no arrastraran sus juguetes..., he optado por dejarlos hacer lo que se les dé la gana en un horario razonable", explica una madre.

En el trato con las personas del vecindario o, simplemente, con la gente de la calle, nuestros hijos no siempre tienen que ceder sólo porque ellos son niños y los otros adultos. Abrirán la puerta al vecino enfermo, rengo, o que viene cargado, pero no hace falta hacerlo con cualquiera. En el ómnibus o en el subterráneo ofrecerán su asiento a quien lo necesite, pero no necesariamente a la señora de mediana edad que, posiblemente venga de un apacible té con sus amigas, mientras que ellos están cansados de un largo día escolar.

Esta cortesía "selectiva" requiere bastante observación. Resulta mucho más fácil seguir la norma "a todos los adultos hay que cederles el asiento", pero es precisamente este "ponerse en el lugar de los demás" lo que engendra la verdadera cortesía del corazón.

Aun así quedan unas reglas que se deben observar siempre: no hacer ruido precisamente a la hora de la siesta, tener cuidado de no chocar con nadie cuando corren o van en patineta, saludar a los conocidos... Claro que la cortesía de los niños a menudo es un eco de la de los mayores. "He observado -dice una madre- que mis hijos saludan a algunos vecinos saltando, con cara impasible, un escueto '...días', mientras que con otros se paran, arquean las cejas en son de agradable sorpresa y dicen 'hola, ¿qué tal?' o algo parecido. No es difícil adivinar a quién aprecian más".

jueves, 27 de enero de 2011

Comportamiento de los niños


Seguro que a ningún padre le haría gracia si supiera que su hijo adolescente embadurna paredes y vallas con pintura o destruye cabinas telefónicas. Pero muchos toleran que sus hijos pequeños tiren papeles y latas; es más, algunos literalmente los incitan con su mal ejemplo a comportarse de esta forma tan poco civilizada. Y hasta los hay que no dicen nada si sus vastagos estropean el césped de las plazas púbicas o arrancan las flores de sus jardines. "Para eso pagamos nuestros impuestos...". Pero el césped no crece a fuerza de dinero: se requiere riego, muchos esfuerzos y todo el cuidado que le podamos ofrecer.

Conceptos como "la gente" o "la naturaleza" pueden parecemos tan abstractos que no reparamos en que también tenemos obligaciones de comprensión y respeto para con ellos. Existe un cuidado que no se ve recompensado de inmediato con una sonrisa o un "muchas gracias". Es la solidaridad con la naturaleza y con la comunidad en la que vivimos. Nuestros hijos deberían aprender a practicarla desde pequeños. Y la mejor forma de inculcárselo es dándoles buen ejemplo. De lo contrario, no podemos exigirles que su comportamiento sea solidario y respetuoso con el bien del público.

Los niños de alrededor de diez años reconocerán ya las situaciones en las que conviene ceder su asiento, abrir una puerta o ayudar a las personas que lo necesiten. No molestarán a los demás en la calle, el cine u otro lugar público. Deberán saber que la naturaleza tiene que ser respetada. En la mesa, habrán de comportarse de la misma forma que los adultos.