La genética aporta conocimientos a todos los campos de la mayoría de las ciencias. En el caso particular de la psiquiatría de la infancia y adolescencia, ese aporte es notable, ya que permite hacer un diagnóstico diferencial -es decir, una especie de descarte para determinar cuál es realmente el síndrome que presenta el paciente y que suele "enmascararse", trayendo como consecuencia que al niño se le dé un tratamiento erróneo.
Por ejemplo: puede ser que el niño tenga hipotonía muscular (o sea falta de fuerza), flojera, poca capacidad de atención... Habrá quien les diga a los padres: "Esperen, que ya va a madurar -en la pubertad, por ejemplo-. Eso puede ser cierto en algunos casos, no en todos y si, por ejemplo, el pequeño paciente sufre de un síndrome de X frágil o de una disfunción cerebral mínima, es posible el tratamiento.
Los padres deben tratar de que sus niños con problemas no caigan en esa "bolsa de gatos" que son los niños con retraso y sin diagnóstico. Porque así -lo que es peor-, se les cierra la posibilidad de mejoría.
Muchos retrasos pueden revertirse. En el caso del X frágil, por ejemplo, se le da al niño medicación por vía oral durante cuatro meses y con control mensual. Se evalúan los resultados y, si son claramente positivos, se continúa el tratamiento, que dura aproximadamente dos años. Es preciso tener mucho cuidado con la incorporación de psicofármacos a los niños.
Puede causar el inconveniente de tener excesivamente sedado al paciente, lo cual provoca un efecto contraproducente: el niño no aprende, no se integra al grupo familiar y/o social.
Además, se puede encubrir el cuadro clínico de déficit o defecto de aprendizaje. El suministro de psicofármacos es excelente siempre y cuando esté sometido a un riguroso control del médico.
El diagnóstico equivocado puede tener consecuencias graves para el niño y para la familia, al retardar o impedir la vía adecuada de tratamiento.
Por ejemplo: puede ser que el niño tenga hipotonía muscular (o sea falta de fuerza), flojera, poca capacidad de atención... Habrá quien les diga a los padres: "Esperen, que ya va a madurar -en la pubertad, por ejemplo-. Eso puede ser cierto en algunos casos, no en todos y si, por ejemplo, el pequeño paciente sufre de un síndrome de X frágil o de una disfunción cerebral mínima, es posible el tratamiento.
Los padres deben tratar de que sus niños con problemas no caigan en esa "bolsa de gatos" que son los niños con retraso y sin diagnóstico. Porque así -lo que es peor-, se les cierra la posibilidad de mejoría.
Muchos retrasos pueden revertirse. En el caso del X frágil, por ejemplo, se le da al niño medicación por vía oral durante cuatro meses y con control mensual. Se evalúan los resultados y, si son claramente positivos, se continúa el tratamiento, que dura aproximadamente dos años. Es preciso tener mucho cuidado con la incorporación de psicofármacos a los niños.
Puede causar el inconveniente de tener excesivamente sedado al paciente, lo cual provoca un efecto contraproducente: el niño no aprende, no se integra al grupo familiar y/o social.
Además, se puede encubrir el cuadro clínico de déficit o defecto de aprendizaje. El suministro de psicofármacos es excelente siempre y cuando esté sometido a un riguroso control del médico.
El diagnóstico equivocado puede tener consecuencias graves para el niño y para la familia, al retardar o impedir la vía adecuada de tratamiento.