Cuando se enfrascan en estos torneos de "yo soy mejor" o "a mí me invitaron y a vos no", los pequeños no son del todo conscientes de que pueden herir a su compañero. Pero inconscientemente sienten algo de culpa. Por eso, después de decir "Mis patines son bárbaros y los tuyos son muy viejos", intentan reparar el daño causado, prestándoselos luego al otro niño.
Pero la competencia tiene dos caras. Una es buena, enseña al chico a superarse y a desarrollar sus aptitudes y capacidades. Sin embargo, la rivali-dad que lleva a una guerra sin cuartel, cuyo feroz objetivo no es enriquecerse como persona, sino aniquilar al otro, no conlleva aprendizaje alguno. "Si la competencia está bien sublimada o canalizada sirve para crecer. La competencia destructiva implica que no importa que yo no tenga, sino que lo que interesa es que el otro no nga -opina Kozameh-. Es Jecir, da igual que yo no posea una bici. lo que quiero es ... le rompa la suya."
Por lo tanto, los docentes deben ser muy cuidadosos cuaneic premian a los niños, evitando otorgar un premio único. En luga de una estructura piramidal mejor es establecer repartía nes más democráticas. Los niños pueden llegar a hacer la ecuación: "Mi maestra no me quiere roque soy, sino por lo que bn; Si no soy el o la mejor, no me va a querer". Hay que premiar a cada niño por lo que sabe hacer (el as de la vertical, el mejor en dibujo, etcétera).
Mucho cuidado con lo que decimos
Los padres, por su parte, en lugar de preguntar cosas como "¿Ganaste?", deberíamos decir: "¿Te divertiste?". Los niños captan los mensajes constantes centrados en el éxito y se pueden sentir exigidos y presionados.
Cuando los chicos se hostigan verbalmente y hacen alarde de lo que tienen o de su superioridad, los progenitores se preguntan si deben intervenir y poner un freno a esa escalada de antagonismo. Guillermo Kozameh opina que los padres deben parar este tipo de
discusiones cuando la intención es la de eliminar al adversario. Es importante también que los adultos reflexionen sobre su actitud y sus comentarios. Algunas veces, por intentar ayudar al niño que se siente en inferioridad, lo aconsejan erróneamente: "Si te dice que su casa es más grande, de-cíle que no te importa porque es muy fea" o "Nosotros no tendremos pileta, pero en la de él se contagian hongos", o si al amigo lo viene a buscar su papá en un auto, meten cizaña diciendo: "Hay que ver de dónde sacó el dinero...".
Rivalidad o envidia
"Eso no constituye una buena defensa. Lo único que aprende el niño es a descalificar y destruir lo que posee el otro. De todo eso no se extrae ninguna enseñanza. Se trata de una envidia mal elaborada de los padres -opina el psicoanalista-. En lugar de transmitir al pequeño que uno vive en una sociedad donde hay que rivalizar bien, que dicha pugna es propia de la fraternidad igual que la solidaridad, se le comunica lo contrario."
En cuanto a los niños que pierden en estas contiendas y se sienten francamente mal, los padres harían bien en explicarles que, cada uno, más allá de lo material, posee elementos de riqueza interna con los cuales puede defenderse y sentirse satisfecho. Para eso, es bueno nombrar esas cosas. Por ejemplo, si el chico viene a casa contando que su amigo le ha dicho que tiene una casa en la playa y que él no, el padre puede hacerle ver que no tiene que quedarse callado, ya que también cuenta con cosas que ofrecer (él sabe nadar muy bien o él lo ha pasado bárbaro, en un campamento en la playa...). Enseñémosles que tener más no significa ser mejor.
Pero la competencia tiene dos caras. Una es buena, enseña al chico a superarse y a desarrollar sus aptitudes y capacidades. Sin embargo, la rivali-dad que lleva a una guerra sin cuartel, cuyo feroz objetivo no es enriquecerse como persona, sino aniquilar al otro, no conlleva aprendizaje alguno. "Si la competencia está bien sublimada o canalizada sirve para crecer. La competencia destructiva implica que no importa que yo no tenga, sino que lo que interesa es que el otro no nga -opina Kozameh-. Es Jecir, da igual que yo no posea una bici. lo que quiero es ... le rompa la suya."
Por lo tanto, los docentes deben ser muy cuidadosos cuaneic premian a los niños, evitando otorgar un premio único. En luga de una estructura piramidal mejor es establecer repartía nes más democráticas. Los niños pueden llegar a hacer la ecuación: "Mi maestra no me quiere roque soy, sino por lo que bn; Si no soy el o la mejor, no me va a querer". Hay que premiar a cada niño por lo que sabe hacer (el as de la vertical, el mejor en dibujo, etcétera).
Mucho cuidado con lo que decimos
Los padres, por su parte, en lugar de preguntar cosas como "¿Ganaste?", deberíamos decir: "¿Te divertiste?". Los niños captan los mensajes constantes centrados en el éxito y se pueden sentir exigidos y presionados.
Cuando los chicos se hostigan verbalmente y hacen alarde de lo que tienen o de su superioridad, los progenitores se preguntan si deben intervenir y poner un freno a esa escalada de antagonismo. Guillermo Kozameh opina que los padres deben parar este tipo de
discusiones cuando la intención es la de eliminar al adversario. Es importante también que los adultos reflexionen sobre su actitud y sus comentarios. Algunas veces, por intentar ayudar al niño que se siente en inferioridad, lo aconsejan erróneamente: "Si te dice que su casa es más grande, de-cíle que no te importa porque es muy fea" o "Nosotros no tendremos pileta, pero en la de él se contagian hongos", o si al amigo lo viene a buscar su papá en un auto, meten cizaña diciendo: "Hay que ver de dónde sacó el dinero...".
Rivalidad o envidia
"Eso no constituye una buena defensa. Lo único que aprende el niño es a descalificar y destruir lo que posee el otro. De todo eso no se extrae ninguna enseñanza. Se trata de una envidia mal elaborada de los padres -opina el psicoanalista-. En lugar de transmitir al pequeño que uno vive en una sociedad donde hay que rivalizar bien, que dicha pugna es propia de la fraternidad igual que la solidaridad, se le comunica lo contrario."
En cuanto a los niños que pierden en estas contiendas y se sienten francamente mal, los padres harían bien en explicarles que, cada uno, más allá de lo material, posee elementos de riqueza interna con los cuales puede defenderse y sentirse satisfecho. Para eso, es bueno nombrar esas cosas. Por ejemplo, si el chico viene a casa contando que su amigo le ha dicho que tiene una casa en la playa y que él no, el padre puede hacerle ver que no tiene que quedarse callado, ya que también cuenta con cosas que ofrecer (él sabe nadar muy bien o él lo ha pasado bárbaro, en un campamento en la playa...). Enseñémosles que tener más no significa ser mejor.