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Cómo alimentarse y alimentar a sus hijos

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viernes, 17 de junio de 2011

Madre e hija: rivales


Madre e hija: rivales

Precisamente, parecería que el punto más difícil de aceptar por las madres es éste: sus hijas se están separando de ellas. Y si no existiera tanto amor entre ambas no sería necesaria tanta pelea para lograr la separación.

¿Pelea como símbolo de amor? En este caso podría decirse que sí.
Dice la investigadora Nancy Friday: ' 'He oído exclamar a algunas hijas, en momentos de ira, que ellas no aman a sus madres. Nunca oí decir a una madre, en cambio, que ella no amaba a su hija. La mujer puede ser sincera en muchas cosas, pero el mito de que las madres siempre aman a sus hijas, en cualquier circunstancia, es dominante".

Tal vez la confusión se encuentra en la bendita palabra amor. ¿De cuál amor hablamos: de uno idealizado y perfecto entre muñecas de porcelana? ¿O de un amor menos prolijo pero más real entre dos personas, una que es mujer y otra que empieza a serlo, y que sienten ternura, odio, confusión, temores, celos, alegrías?

Hablemos, por ejemplo, de la rivalidad y los celos entre madres e hijas. Mientras la hija crece para entrar en su maduración sexual y su esplendor de juventud, la mamá avanza nada menos que en dirección al climaterio. Ambas etapas coinciden y dan pie a innumerables situaciones difíciles.

Mamá, por ejemplo, se compra un pantalón. Llega a casa y lo comenta. Entonces "la nena" corre a probárselo. Seguramente no le interesa usarlo, ya que ella viste otro tipo de ropa, pero se lo prueba. Y ¡oh, sorpresa!, mamá descubre que el pantalón le queda mejor a la hija que a ella misma. Por una parte, es muy probable que sienta cierto orgullo (¡qué grande y linda está!, ¡cómo creció!) Y por la otra, también es seguro que sentirá una insoportable, incomprensible punzada de dolor y de celos (pero... ¿cómo?, ¿en qué momento creció?, si ayer no más era una nena... y ahora es una mujer..., y si ella está tan grande, ¿entonces yo ya soy una vieja?)

Aunque no seamos plenamente conscientes de ellos, estos sentimientos existen. Son reales y normales, aunque nos cueste aceptarlos.

Por otra parte, son las mismas hijas las que a veces nos recuerdan cruelmente el paso del tiempo. Y lo hacen con brusquedad, impulsadas más por su enorme necesidad de diferenciarse de nosotras que por una apreciación "objetiva" de la realidad. Nos dicen, por ejemplo: "¿No te parece que ya estás un poco grandecita para ese peinado?". O: "¿En serio pensás salir vestida de esa forma? Estás horrible''. Tal vez un rato antes fue la mamá quien criticó el corte de pelo de la hija, su desprolijidad o el largo de su falda. O quizás no. Pero lo cierto es que el ida y vuelta de los juicios lapidarios y las críticas impiadosas puede convertir la convivencia en un campo minado.

martes, 14 de junio de 2011

La mejor amiga en la adolescencia


Aunque ya se ha dicho muchas veces, es bueno recordar que "adolescencia" viene de la palabra latina adolescere, que quiere decir padecer. Y es cierto, porque el adolescente sufre y padece con todos los cambios que está viviendo. Pero lo que no suele tomarse tan en cuenta es que los padres también sufren, y no sólo por causa de los hijos, sino porque ellos también están cambiando. Sus hijos ya no son bebés, pero ellos tampoco son los mismos que cuando sus hijos eran bebés. Aceptar estos cambios, abandonar la pretensión de que somos una especie de inmutables pozos de sabiduría -obligadas siempre a hacer lo correcto y a entender todo- es quizás el primer paso para aflojar tensiones.

De todas formas, ¿por qué será que nos resulta más fácil -o menos pesado-entendernos con el hijo varón que con la hija mujer? Como lo expresó Mabel, al comienzo de esta nota: ' 'Con mi hijo, y eso que es varón, tuve menos problemas' '. ¿No será que "precisamente porque es varón" tuvo menos problemas? Las mujeres estamos acostumbradas a que es normal no entender muy bien a los hombres, porque ellos son distintos y de todos modos pertenecen más al mundo de afuera que al de adentro de la casa. Pero con "la nena" es otra cosa. Creemos que debería ser otra cosa, porque ella es mujer como nosotras y, por lo tanto, se supone que estamos capacitadas para saber al dedillo lo que le pasa.

Le decimos a nuestra hija: ' 'Nadie te conoce como yo" .O "la mejor amiga es la madre". ¡Cuidado con la trampa! Abramos bien los ojos y observemos qué es lo que pasa realmente. ¿Acaso la vida cotidiana no nos está demostrando que eso no es cierto y que ha llegado la hora de revisar ciertas creencias?

Nadie conocía como nosotras a aquella bebita; nadie sabía interpretar como nosotras sus llantos y sus pedidos. Pero la beba ha crecido y ya no necesita nuestro pecho cada dos horas para sobrevivir, y ya no busca sólo nuestra mirada, sino que ansia las otras. Por ejemplo, la del novieci-to con el que se pasa dos horas hablando por teléfono, o la de aquella amiga que no es "extraña", "vaga" o "antipática' ', sino una chica como ella, que seguramente la entiende mejor que su madre.

Todos los días, inevitablemente, nuestra hija sigue creciendo. Y a medida que crece, se separa, se aleja. No nos deja de querer ni de necesitar, sino que nos quiere y nos necesita de otro modo.



domingo, 12 de junio de 2011

Hijas adolescentes


¿Qué pasó con aquella bebita tierna a la que alguna vez miramos embobadas mientras parientes y amigos nos decían "parece una muñequita''? ¿Dónde quedó la nena dulce que venía corriendo a refugiarse en nuestra falda, buscando consuelo o complicidad? ¿Será posible que se haya convertido en esta jovencita insolente y malhumorada, ajena y reservada?

Si usted es madre de una niña púber o adolescente, sabe de qué estamos hablando. Y si no lo es, bastará que mire a su alrededor, que escuche los testimonios de otras madres. Suelen ser de este estilo:

•"A veces me pasa que desconozco a mi hija. Hasta ahora habíamos sido casi inseparables. Pero de un tiempo a esta parte parece empecinada en mostrarse como una extraña. Se acabaron las confidencias y ya no aguanto que ande siempre con esa expresión de fastidio, como si todo lo que yo dijera le molestara. Nada le viene bien; sencillamente, no nos entendemos, y eso me desespera". (Clara , 43 años, su hija tiene 14).

• "Me casé muy joven y siempre pensé que sería hermoso llegar a este momento: tener una hija de 16 años cuando yo apenas tengo 35. Me imaginaba que seríamos amigas, que podría ayudarla, aconsejarla, entenderla. Pero es imposible, porque ella se aisla. Discutimos mucho y con bronca. Me enferma ver que se pase horas encerrada en su cuarto, o que prefiera a esa amiga rara que tiene, antes que aceptar cualquier invitación que yo pueda hacerle. ¿Cómo fue que me equivoqué tanto? Y lo peor es que ni siquiera sé muy bien en qué me equivoqué." (Irene R.)

• "Mi marido dice que ya está harto de las peleas que tengo con mi hija. Y claro, para él es muy fácil porque no tiene que andar lidiando con ella. A él lo respeta, pero a mí... Yo digo: es una joven inteligente, ¿tanto le cuesta entender que a mí me dejaría contenta si a veces, sólo a veces, me hiciera caso? Con mi hijo, y eso que es varón, tuve menos problemas. La nena, en cambio, parece que disfrutara haciéndome sufrir". (Mabel G., 40 años, tiene una hija de 13).

• "Lo que más me duele es su mirada de desprecio. El otro día no tuvo ningún empacho en decirme que lo mejor que puedo hacer es ocuparme de mi vida, 'que bastante estropeada está'. Pero no le di el gusto de ponerme a llorar, como otras veces. Yo también le grité. Le dije que seguramente ella no sentía lo mismo cuando yo le daba la teta, cuando le limpiaba los pañales sucios, cuando me privaba de salir para no dejarla a cargo de nadie, o ahora mismo, cuando ando recogiéndole la ropa que deja tirada y sirviéndole como mucama de lujo. Le dije que ya estoy harta, y es verdad". (Noemí T., 42 años, una hija de 16).

Apenas cuatro casos, pero alcanzan como muestra de una situación muy frecuente, que desconcierta, confunde... y duele. Sin embargo, y a pesar de la dureza de estos testimonios, las madres que aquí opinan no fueron tan categóricas al principio de la charla. Les costó meterse de lleno en sentimientos tan '' incómodos'' como la ira o la frustración, pasando por encima de la valla de los cuentos color de rosa. Esos cuentos legendarios que las mujeres siempre escuchamos fascinadas, acerca de madres perfectas que sólo tendrían hijas perfectas.

Y no. Claro que no, que no existe la perfección; ni en ésta ni en ninguna otra relación humana. Las madres reales de hijas reales están unidas por un vínculo tan amoroso como conflictivo. Y uno de los momentos de mayor conflicto es precisamente aquel en que la hija comienza a convertirse en mujer.

sábado, 9 de abril de 2011

La primera menstruación de una hija


Estar mal», «estar indispuesta», «tener el asunto», «tener el mes» e, incluso, expresiones tan irrisorias como «ha venido mi tío Andrés», se han utilizado y se siguen usando para designar algo tan natural y sencillo como la menstruación.

Evidentemente, la joven tiene que estar preparada para este importante acontecimiento. En realidad, si ella ha crecido en un ambiente familiar abierto, no necesita una preparación especial. Pero sí debe estar suficientemente informada y cuanto antes mejor, ya que la menarca (primera menstruación) se ha adelantado progresivamente en la últimas décadas. A principios de siglo, la edad menárquica media era de 14 años, mientras que ahora, en general, la primera regla se produce alrededor de los 12 años.

De todas maneras, este lapso es variable. Una joven puede experimentar su primera regla a los 10 años y otras a los 15 o más tarde. Las causas que inciden en que ésta se produzca antes o después son varias: factores hereditarios, circunstancias sociales favorables o desfavorables, condiciones climáticas, talla y peso corporal... Evidentemente, no hay pautas fijas y conviene no obsesionarse con el tema. Es un hecho natural, aunque su llegada suele ocasionar ansiedad y, a veces, conflictos.