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Cómo alimentarse y alimentar a sus hijos

Madre es madre! Y para la mayoría, la mayor preocupación en el día a día con los niños es sin duda la comida. Algunos porque los niños ...

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viernes, 29 de julio de 2011

Adiós a la infancia


Comienza una etapa de cambios en la que madre e hija deben hablar mucho; y puede ser muy conveniente una consulta ginecológica que responda las inquietudes que las nenas pueden tener sobre su propio cuerpo y los procesos que irán llegando.

Los médicos recalcan que la edad de la menarca es muy variable, pero en general las nenas siguen el patrón de sus ma dres, que servirá de guía. Si pasados par de años se sentan aún tras tornos, dolores o hemorragias muy intensas, que pueden provocar anemia, es mejor consultar.

Y así, se fue la infancia. Algunas culturas la despiden con rituales; las niñas son aisladas, instruidas por sus madrinas y luego son presentadas en fiestas como nuevas mujeres y por qué no, posibles esposas. Por aquí, con cambios y rebeldías, las vemos crecer. Se anuncia la adolescencia y le damos la bienvenida.

domingo, 24 de julio de 2011

Intimidad de las niñas


En el terreno de las enfermedades más frecuentes de las nenas se encuentran las infecciones urinarias y en especial, la cistitis. Pueden manifestarla desde el control de esfínteres pero se hace común conforme crecen. Los síntomas para estar atentas son el ardos al orinar y que vayan más veces al baño, porque les parece que siempre tienen ganas.

La prevención de esta y otras enfermedades está ligada a la higiene personal, desde chiquitas habrá que enseñarles a limpiarse siempre de adelante hacia atrás. Si hay un aumento de flujo, lo mejor es preferir ios jabones, y los protectores sin desodorantes ni perfumes. Las bombachitas, siempre de algodón y de tonos claros, ya que los colorantes también provocan alergias.

La ropa seguramente a esta edad es un tema difícil. Hasta donde pueda, negocie por prendas amplias, diga no a las calzas de lycra y no ante el intercambio de prenditas de gimnasia, danzas o natación. Todas estas conductas previenen el contagio de enfermedades diversas, desde hongos a virus.

lunes, 18 de julio de 2011

El crecimiento de las hijas


Lo que estaba quieto de pronto comienza a moverse... En la etapa de la pre-adolescencia y la adolescencia las glándulas sebáceas comienzan a funcionar y cuando más lindas quieren estar nuestras hijas, irrumpe la seborrea en el rostro, el cuero cabelludo, la zona preesternal y la espalda.

Para atenuar los efectos es conveniente disminuir las sustancias grasas de la dieta y realizar un lavado diario con jabón de glicerina. Si con esto no es suficiente, lo mejor es ir al dermatólogo, y si hay acné la consulta es imprescindible. Las chiquilinas se empecinan en combatir los granitos a como dé lugar pero ios productos comerciales sin indicación médica pueden ser perjudiciales.

El pelo de las niñas-mujercitas puede ser expuesto a los excesos de la coquetería descontrolada, advierten los médicos. Cuidado con los geles, el secador de pelo, el brushing y ni hablar de coloraciones.

A pesar de la moda, lo mejor es lavar el pelo con un buen champú para cabello normal, poner acondicionador sólo en las puntas y usar un peine de puntas redondas y separadas para no tironear. Otro error que se debe evitar son los recogidos muy tirantes.

Entre tantos cambios, es probable que asomen los primeros vellos. Si resultan antiestéticos, sugiera las cremas depilatorias que son menos agresivas que la cera. Junto a la sorpresiva desaparición de los cosméticos de mamá, pueden aparecer las primeras dermatitis alérgicas de las nenas, causadas por los primeros ensayos frente al espejo. Cadenitas y toda clase de colgantes y aros, tan baratos que las nenas los consiguen por moneditas, pueden causarles también una reacción al níquel con enrojecimiento, ampollas o picazón.

miércoles, 22 de junio de 2011

Mejorar la relación con hijas adolescentes


Por supuesto que hay salidas. O mejor dicho, entradas y salidas de un momento vital, complejo e inevitable. Para enfrentarlo, no sirven ni los autorreproches (¿en qué fallé como madre?) ni las acusaciones (a esta chica nadie la entiende). Más positivo resulta, en todo caso, aceptar plenamente que, hagamos lo que hagamos y digamos lo que digamos, no podremos evitar que nuestra hija se rebele, se oponga a nuestros deseos e incluso nos ataque despiadadamente. Ella necesita hacerlo, para poder crecer y encontrar su propio modelo de vida, su propio "ser mujer". Y paradójicamente, cuanto más amor y cercanía existen, más furibundo surge el tironeo.

De poca utilidad resulta decir, en un rapto de furia: "¡Está bien! ¡Que se arregle sola, si eso es lo que quiere!". O escuchar en boca de la jovencita: "¡No te metas más, no te necesito!''. Ambas -madre e hija- intuyen que eso tampoco es cierto. Lo difícil de esta etapa es que las hijas todavía nos necesitan, pero sólo aceptan de nosotras un acercamiento preñado de distancia y de respeto por sus búsquedas y errores.

Querer sin asfixiar, guiar sin tiranizar, observar sin condenar, tolerar lo distinto... Estos principios de convivencia que tan difíciles resultan de aplicar en toda crianza se convierten en todo un desafío cuando los hijos llegan a la pubertad y la adolescencia. Y más difíciles aún cuando de madres e hijas se trata.

Porque ambas son como un espejo que refleja similitudes y diferencias. Si dejamos de mirar a nuestra hija buscando en ella a la bebita dócil que ya no está podremos volcar en nosotras mismas una mirada más piadosa, menos exigente, más libre. Si en vez de preguntarnos: ¿en qué fracasé? buscamos nuevos rumbos para esta etapa de nuestra vida, estaremos creando las condiciones para tener una relación más calma con nuestras hijas.

En definitiva, hay algo que sí puede ayudarnos a que "la sangre no llegue al río", y es desdramatizar estas situaciones. Y tener siempre presente que los conflictos de esta etapa son como la acné: pasan, aunque del cuidado que pongamos depende si quedarán o no cicatrices.

Algo más: también sirve retirar un poco esa mirada obsesiva que posamos sobre la conducta de nuestra hija (¿qué le pasa? ¿qué quiere? ¿por qué hace/piensa/dice esto o lo otro? ¿por qué no me lleva el apunte?) y prestar más atención a lo que nos pasa a nosotras, las madres. En la vida de cualquier mujer, ésta puede ser una etapa signada por el temor al envejecimiento y a sentirse inútiles -porque los hijos están creciendo y ya no nos requieren tanto- o, por el contrario, una oportunidad de encarar nuevos rumbos.

Suele haber más tiempo: para retomar los estudios que alguna vez se abandonaron, para intentar algún trabajo (si hasta el momento la única ocupación fue la de ama de casa), para encontrarse con las amigas, para realizar gimansia... En el camino de la maduración no todas son "pálidas", tal como diría un adolescente. Las mujeres que así lo entienden y así lo viven están tan satisfactoriamente ocupadas en desarrollar sus propias potencialidades que no tienen tanto tiempo para torturarse con los avances y retrocesos de sus hijas.

Ni víctimas ni verdugos: madres e hijas, simplemente. Y la vida que avanza incesantemente, que fluye sin que podamos detenerla. Con sus torbellinos que remueven el torrente de amor, y sus remansos de calma que nutren y enriquecen las aguas. A nadar en ellas también se aprende.

domingo, 19 de junio de 2011

Desencuentros y dramas con hijas adolescentes


Es frecuente que, aun con la mejor intención, muchas mamas de hijas adolescentes digan una cosa, hagan otra y en el fondo de su corazón sientan algo totalmente distinto. Y un caso claro es el de los límites y las salidas. La madre dice que después de todo está bien, que su hija está grande y no la perseguirá con la cuestión de los horarios. Pero lo que hace es ocultarle que la noche anterior estuvo muy angustiada porque eran las 12 y aún no había llegado. Y lo que siente auténticamente sólo aflorar aunque disfrazado) cuando la regañ porque estuvo una hora pegada al teléfo no o dejó la ropa tirada por el piso.

Complicado, ¿no? Como la vida misma. Pero lo contrario sólo existe en la novelas de nuestra infancia, en aquella Mujercitas que leíamos y releíamos 3 que tan poco tiene que ver con la vida de hoy.

También es común imaginar que nuestras hijas no tendrán nada que reprocharnos, ya que nosotras les estamos proporcionando una imagen de mujei más actualizada y moderna que aquella que nosotras vimos en nuestras madres. Sin embargo, una excursión por la realidad nos puede demostrar rápidamente cuan ilusorias son esas fantasías.

En efecto, es muy fácil comprobar cómo la jovencita que tiene una madre activa, profesional y autosuficiente en materia económica, se queja de que "mamá nunca está en casa cuando la necesito; en cambio, la 'vieja' de Laura es brutal, siempre nos espera con alguna torta cuando caemos por su casa''. Y entretando, la mencionada Laura se lamentará de que su madre sea ' 'sólo una ama de casa, tan tradicional, tan quedada".

Por aquí y por allá, los ejemplos abundan.

• La madre se queja de que su hija nunca colabora con las tareas de la casa. La hija protesta porque -según ella- cada vez que intenta meterse en la cocina su mamá está "encima' de ella y no le permite hacer las cosas a su modo.

• Si la madre es coqueta, atractiva y no sabe hacerse discretamente a un lado, la hija se sentirá invadida y se lamentará amargamente de que "mi vieja está siempre metida en mis reuniones; a todos mis amigos les parece encantadora porque no la han visto en su papel de bruja". Y si la hija suele andar desaliñada y "rotosa" -algo quea mamá le pone los pelos de punta-, bastará que un día ambas salgan juntas para que aun asila madre reciba el fatídico piropo de "suegra' '. Y entonces la confusión, el malentendido, volverán a reinar entre ambas.

¿Es que no hay salida?

viernes, 17 de junio de 2011

Madre e hija: rivales


Madre e hija: rivales

Precisamente, parecería que el punto más difícil de aceptar por las madres es éste: sus hijas se están separando de ellas. Y si no existiera tanto amor entre ambas no sería necesaria tanta pelea para lograr la separación.

¿Pelea como símbolo de amor? En este caso podría decirse que sí.
Dice la investigadora Nancy Friday: ' 'He oído exclamar a algunas hijas, en momentos de ira, que ellas no aman a sus madres. Nunca oí decir a una madre, en cambio, que ella no amaba a su hija. La mujer puede ser sincera en muchas cosas, pero el mito de que las madres siempre aman a sus hijas, en cualquier circunstancia, es dominante".

Tal vez la confusión se encuentra en la bendita palabra amor. ¿De cuál amor hablamos: de uno idealizado y perfecto entre muñecas de porcelana? ¿O de un amor menos prolijo pero más real entre dos personas, una que es mujer y otra que empieza a serlo, y que sienten ternura, odio, confusión, temores, celos, alegrías?

Hablemos, por ejemplo, de la rivalidad y los celos entre madres e hijas. Mientras la hija crece para entrar en su maduración sexual y su esplendor de juventud, la mamá avanza nada menos que en dirección al climaterio. Ambas etapas coinciden y dan pie a innumerables situaciones difíciles.

Mamá, por ejemplo, se compra un pantalón. Llega a casa y lo comenta. Entonces "la nena" corre a probárselo. Seguramente no le interesa usarlo, ya que ella viste otro tipo de ropa, pero se lo prueba. Y ¡oh, sorpresa!, mamá descubre que el pantalón le queda mejor a la hija que a ella misma. Por una parte, es muy probable que sienta cierto orgullo (¡qué grande y linda está!, ¡cómo creció!) Y por la otra, también es seguro que sentirá una insoportable, incomprensible punzada de dolor y de celos (pero... ¿cómo?, ¿en qué momento creció?, si ayer no más era una nena... y ahora es una mujer..., y si ella está tan grande, ¿entonces yo ya soy una vieja?)

Aunque no seamos plenamente conscientes de ellos, estos sentimientos existen. Son reales y normales, aunque nos cueste aceptarlos.

Por otra parte, son las mismas hijas las que a veces nos recuerdan cruelmente el paso del tiempo. Y lo hacen con brusquedad, impulsadas más por su enorme necesidad de diferenciarse de nosotras que por una apreciación "objetiva" de la realidad. Nos dicen, por ejemplo: "¿No te parece que ya estás un poco grandecita para ese peinado?". O: "¿En serio pensás salir vestida de esa forma? Estás horrible''. Tal vez un rato antes fue la mamá quien criticó el corte de pelo de la hija, su desprolijidad o el largo de su falda. O quizás no. Pero lo cierto es que el ida y vuelta de los juicios lapidarios y las críticas impiadosas puede convertir la convivencia en un campo minado.

martes, 14 de junio de 2011

La mejor amiga en la adolescencia


Aunque ya se ha dicho muchas veces, es bueno recordar que "adolescencia" viene de la palabra latina adolescere, que quiere decir padecer. Y es cierto, porque el adolescente sufre y padece con todos los cambios que está viviendo. Pero lo que no suele tomarse tan en cuenta es que los padres también sufren, y no sólo por causa de los hijos, sino porque ellos también están cambiando. Sus hijos ya no son bebés, pero ellos tampoco son los mismos que cuando sus hijos eran bebés. Aceptar estos cambios, abandonar la pretensión de que somos una especie de inmutables pozos de sabiduría -obligadas siempre a hacer lo correcto y a entender todo- es quizás el primer paso para aflojar tensiones.

De todas formas, ¿por qué será que nos resulta más fácil -o menos pesado-entendernos con el hijo varón que con la hija mujer? Como lo expresó Mabel, al comienzo de esta nota: ' 'Con mi hijo, y eso que es varón, tuve menos problemas' '. ¿No será que "precisamente porque es varón" tuvo menos problemas? Las mujeres estamos acostumbradas a que es normal no entender muy bien a los hombres, porque ellos son distintos y de todos modos pertenecen más al mundo de afuera que al de adentro de la casa. Pero con "la nena" es otra cosa. Creemos que debería ser otra cosa, porque ella es mujer como nosotras y, por lo tanto, se supone que estamos capacitadas para saber al dedillo lo que le pasa.

Le decimos a nuestra hija: ' 'Nadie te conoce como yo" .O "la mejor amiga es la madre". ¡Cuidado con la trampa! Abramos bien los ojos y observemos qué es lo que pasa realmente. ¿Acaso la vida cotidiana no nos está demostrando que eso no es cierto y que ha llegado la hora de revisar ciertas creencias?

Nadie conocía como nosotras a aquella bebita; nadie sabía interpretar como nosotras sus llantos y sus pedidos. Pero la beba ha crecido y ya no necesita nuestro pecho cada dos horas para sobrevivir, y ya no busca sólo nuestra mirada, sino que ansia las otras. Por ejemplo, la del novieci-to con el que se pasa dos horas hablando por teléfono, o la de aquella amiga que no es "extraña", "vaga" o "antipática' ', sino una chica como ella, que seguramente la entiende mejor que su madre.

Todos los días, inevitablemente, nuestra hija sigue creciendo. Y a medida que crece, se separa, se aleja. No nos deja de querer ni de necesitar, sino que nos quiere y nos necesita de otro modo.



domingo, 12 de junio de 2011

Hijas adolescentes


¿Qué pasó con aquella bebita tierna a la que alguna vez miramos embobadas mientras parientes y amigos nos decían "parece una muñequita''? ¿Dónde quedó la nena dulce que venía corriendo a refugiarse en nuestra falda, buscando consuelo o complicidad? ¿Será posible que se haya convertido en esta jovencita insolente y malhumorada, ajena y reservada?

Si usted es madre de una niña púber o adolescente, sabe de qué estamos hablando. Y si no lo es, bastará que mire a su alrededor, que escuche los testimonios de otras madres. Suelen ser de este estilo:

•"A veces me pasa que desconozco a mi hija. Hasta ahora habíamos sido casi inseparables. Pero de un tiempo a esta parte parece empecinada en mostrarse como una extraña. Se acabaron las confidencias y ya no aguanto que ande siempre con esa expresión de fastidio, como si todo lo que yo dijera le molestara. Nada le viene bien; sencillamente, no nos entendemos, y eso me desespera". (Clara , 43 años, su hija tiene 14).

• "Me casé muy joven y siempre pensé que sería hermoso llegar a este momento: tener una hija de 16 años cuando yo apenas tengo 35. Me imaginaba que seríamos amigas, que podría ayudarla, aconsejarla, entenderla. Pero es imposible, porque ella se aisla. Discutimos mucho y con bronca. Me enferma ver que se pase horas encerrada en su cuarto, o que prefiera a esa amiga rara que tiene, antes que aceptar cualquier invitación que yo pueda hacerle. ¿Cómo fue que me equivoqué tanto? Y lo peor es que ni siquiera sé muy bien en qué me equivoqué." (Irene R.)

• "Mi marido dice que ya está harto de las peleas que tengo con mi hija. Y claro, para él es muy fácil porque no tiene que andar lidiando con ella. A él lo respeta, pero a mí... Yo digo: es una joven inteligente, ¿tanto le cuesta entender que a mí me dejaría contenta si a veces, sólo a veces, me hiciera caso? Con mi hijo, y eso que es varón, tuve menos problemas. La nena, en cambio, parece que disfrutara haciéndome sufrir". (Mabel G., 40 años, tiene una hija de 13).

• "Lo que más me duele es su mirada de desprecio. El otro día no tuvo ningún empacho en decirme que lo mejor que puedo hacer es ocuparme de mi vida, 'que bastante estropeada está'. Pero no le di el gusto de ponerme a llorar, como otras veces. Yo también le grité. Le dije que seguramente ella no sentía lo mismo cuando yo le daba la teta, cuando le limpiaba los pañales sucios, cuando me privaba de salir para no dejarla a cargo de nadie, o ahora mismo, cuando ando recogiéndole la ropa que deja tirada y sirviéndole como mucama de lujo. Le dije que ya estoy harta, y es verdad". (Noemí T., 42 años, una hija de 16).

Apenas cuatro casos, pero alcanzan como muestra de una situación muy frecuente, que desconcierta, confunde... y duele. Sin embargo, y a pesar de la dureza de estos testimonios, las madres que aquí opinan no fueron tan categóricas al principio de la charla. Les costó meterse de lleno en sentimientos tan '' incómodos'' como la ira o la frustración, pasando por encima de la valla de los cuentos color de rosa. Esos cuentos legendarios que las mujeres siempre escuchamos fascinadas, acerca de madres perfectas que sólo tendrían hijas perfectas.

Y no. Claro que no, que no existe la perfección; ni en ésta ni en ninguna otra relación humana. Las madres reales de hijas reales están unidas por un vínculo tan amoroso como conflictivo. Y uno de los momentos de mayor conflicto es precisamente aquel en que la hija comienza a convertirse en mujer.

lunes, 25 de abril de 2011

Hablar de anticonceptivos


No se puede cerrar los ojos. Convertirse en mujer implica ser capaz de procrear. Es cierto que durante los primeros períodos, muy raras veces tiene lugar una ovulación efectiva. También pasará mucho tiempo antes de que la ovulación sea realmente regular. Pero no existen garantías de que la joven no quede embarazada si mantiene relaciones sexuales.

Muchos padres de chicas de 11 ó 12 años se sienten un poco perplejos ante la idea de tener que abordar este tema con sus hijas. Pero también deberían saber que el seis por ciento de las niñas de 14 años, el 20 por ciento de las de 15 y el 44 por ciento de las de 16 años, empiezan a tener relaciones sexuales, por más precoz qué pueda parecer esta iniciación.

Y lo más grave del asunto es que la mayoría de ellas no toman medidas anticonceptivas las primeras veces. Sabemos que es difícil hablar con las adolescentes sobre los temas referentes a la sexualidad y, en especial, sobre el tema de los anticonceptivos. Pero, un embarazo no deseado puede ser mil veces más traumático que una conversación sincera entre madre e hija. La información es fundamental, tanto si se trata de su primera regla y su significado como si se intenta prevenir un paso en falso. Hablar es la regla de oro.

martes, 19 de abril de 2011

Mitos alrededor del período


La ignorancia ha fabricado muchos tabúes y falsas creencias en torno a un fenómeno tan natural como la menstruación. Durante mucho tiempo se pensó que no había que bañarse durante el ciclo. Siempre que el agua no esté muy caliente y no permanezcan demasiado rato en la bañera, todas las mujeres pueden hacerlo sin ningún problema. Tampoco la natación está prohibida si la ocasión se presenta, pero en ese caso, los tampones son imprescindibles.

También pueden seguir yendo a sus clases de gimnasia o danza, pues el movimiento favorece la circulación y relaja los músculos y la mente. Sin embargo, algunas niñas se sienten mal y tienen dolores durante esos días. Esto es tan normal al principio como la irregularidad en la duración de los ciclos y el tiempo que transcurre entre ellos.

Si la joven no se encuentra bien, no hay que obligarla a realizar esfuerzos contra su voluntad. Lo mejor en esos casos es el reposo, calor en el vientre y alguna charla tranquilizadora. Pero si las molestias son fuertes, conviene hacer una visita al ginecólogo antes que automedicarse con analgésicos.

domingo, 17 de abril de 2011

La regla es irregular


Otra cuestión importante que hay que saber es que sólo un uno por ciento de las mujeres tienen el período puntualmente cada 28 días, durante un largo lapso de su vida. Simplemente un viaje, un cambio de clima, una fiebre infecciosa, un problema emocional, un examen difícil... pueden desbaratar totalmente el ciclo de una mujer.

Ya lo dicen medio en broma los ginecólogos: lo único regular de la regla es su irregularidad. Además, el ritmo menstrual varía con la edad. Las chicas entre 13 y 17 años tienen un ciclo de una duración media de 34 días aproximadamente con una desviación normal de nueve días hacia atrás o hacia adelante. En cambio, entre los 30 y los 40 años, el ciclo dura, por término medio, unos 28 ó 30 días.

Volviendo a las jóvenes, después de la primera hemorragia menstrual, las siguientes pueden producirse después de seis semanas o 28 días, siendo ambos casos normales. A menudo ocurre también que después de los primeros ciclos, aparentemente ya regulares, la regla desaparece durante algún tiempo. Esto es totalmente normal, ya que el cuerpo todavía se está organizando y tarda en estabilizarse.

La irregularidad de estos cambios hormonales puede resultar engorrosa para muchas chicas, ya que genera ansiedad. A ello se le suma el hecho de que no acostumbran llevar preventivamente una toalla higiénica a todas partes. De todos modos, actualmente esta situación no es "dramática", porque la publicidad habla con mucha naturalidad de los productos higiénicos; fácilmente pueden pedir una toallita o un tampón prestados.

miércoles, 13 de abril de 2011

La llegada de la menstruación


Llegue en el momento que llegue, la regla suele aparecer inesperadamente. Esto no deja de ser extraño, ya que la menstruación no es un hecho venido del cielo. Mucho tiempo antes, la maduración del cuerpo lo va avisando. El crecimiento de los pechos y del vello púbico empieza uno o dos años antes.

Además, en la mitad de las niñas aparece, entre seis y doce meses antes de la primera regla, el llamado flujo blanco, una secreción viscosa y blanquecina que puede llegar a ser muy abundante. Algunas se asustan ante este hecho. Sin embargo, no se trata de una enfermedad sino de una señal de que los ovarios ya han empezado su producción de estrógeno, la hormona sexual femenina.

Otras chicas sienten, poco antes de su primera menstruación, unos tirones en el vientre o dolores de cabeza. Desde luego, no todas las jóvenes celebran con vítores la aparición de la regla sólo por convertirse en mujer. Muchas se sienten irritadas, asustadas, extrañas y enfermas. A las que no se les ha explicado lo que les va a suceder y les sorprende la regla por la noche, por la mañana corren preocupadas a preguntar a su madre qué es esa mancha de sangre.

Por todo ello, conviene hablar de este tema con antelación y claridad, evitando viejos prejuicios. Hay que explicarles que la sangre de la menstruación no es algo sucio que se debe expulsar. La niña debe saber que el útero se prepara cada mes para recibir un óvulo fecundado, formándose una mucosa gruesa y fuertemente irrigada para que allí pueda instalarse un embrión. Si el óvulo no se fecunda, entonces el cuerpo se deshace de esta mucosa que sale al exterior a través de la vagina.

Por otra parte, no hay que sobreestimar esta pérdida de sangre. Algunas mujeres creen perder hasta tres litros durante el periodo. En realidad, la sangre expulsada cabe en una tacita de café. También conviene saber que la sangre no fluye continuamente, sino que va cayendo gota a gota en diversas oleadas. La hemorragia se puede cortar incluso durante algunas horas. En los dos primeros días es más abundante que en los restantes y a la mayoría de adolescentes les dura entre cuatro y seis días.

sábado, 9 de abril de 2011

La primera menstruación de una hija


Estar mal», «estar indispuesta», «tener el asunto», «tener el mes» e, incluso, expresiones tan irrisorias como «ha venido mi tío Andrés», se han utilizado y se siguen usando para designar algo tan natural y sencillo como la menstruación.

Evidentemente, la joven tiene que estar preparada para este importante acontecimiento. En realidad, si ella ha crecido en un ambiente familiar abierto, no necesita una preparación especial. Pero sí debe estar suficientemente informada y cuanto antes mejor, ya que la menarca (primera menstruación) se ha adelantado progresivamente en la últimas décadas. A principios de siglo, la edad menárquica media era de 14 años, mientras que ahora, en general, la primera regla se produce alrededor de los 12 años.

De todas maneras, este lapso es variable. Una joven puede experimentar su primera regla a los 10 años y otras a los 15 o más tarde. Las causas que inciden en que ésta se produzca antes o después son varias: factores hereditarios, circunstancias sociales favorables o desfavorables, condiciones climáticas, talla y peso corporal... Evidentemente, no hay pautas fijas y conviene no obsesionarse con el tema. Es un hecho natural, aunque su llegada suele ocasionar ansiedad y, a veces, conflictos.