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domingo, 27 de febrero de 2011

Niños que llaman la atención


Como Claudio hay muchos pequeños y esforzados humoristas, cuyas familias se preguntan por qué estarán siempre haciéndose los payasos y por qué serán tan pesados e insistentes. En unos casos es posible que el niño tenga verdaderas dotes cómicas (quién sabe si Groucho Marx o Woody Alien empezaron así) y en otros resulta simplemente insoportable. En cuanto a las causas, pueden ser muy diversas.

En el caso de Claudio se juntan el fracaso escolar y los celos, pero puede haber muchas otras. Hay quien dice que en el fondo de todo humorista se esconde un amargado y que con frecuencia se ríe por no llorar.

Buscan con esmero que se los quiera

También sabemos lo que es la risa nerviosa. Son tópicos que no agotan el rico e importante fenómeno del humor, pero que algo tienen de cierto al aplicarlos al tipo de chicos que nos ocupa. Niños en cuyo fondo habita la tristeza y hasta la angustia, que buscan desesperadamente que les hagan caso, que los quieran, para de este modo poder también quererse ellos mismos. Chicos casi siempre imaginativos, ingeniosos y despiertos, que intentan palear sus frustraciones y conflictos con la pirueta del humor.

¿Qué hacer ante estos graciosos impenitentes? Por empezar, preguntarnos por el problema de fondo. El Claudio que nos ha servido de ejemplo necesita un apoyo escolar, una asistencia psicopedagógica y una estrecha colaboración entre padres y maestros.

domingo, 6 de febrero de 2011

Un diálogo fluido


Pero tanto en la política como en la familia la democracia tiene sus límites. Por ejemplo, en asuntos de libertad personal. Al igual que el hijo no pide permiso a la hora de elegir a sus amigos, los padres no pueden exponer al criterio de los hijos asuntos de su incumbencia exclusiva, como una separación o una mudanza. Pero, en ambos casos, todos tienen derecho a ser informados. Los secretos familiares son nefastos para los niños. Aunque no puedan cambiar nada, al menos sentirán que se los tiene en cuenta.

En una familia democrática nadie debería sentirse perdedor. Dedicar horas a discutir problemas familiares con los hijos puede asustar a algunos padres porque, en principio, mandar es más rápido que dialogar, pero sólo a corto plazo: los padres que optan por dar órdenes pierden mucho tiempo, y nervios, en repetir, recordar, retar y controlar.

Además, no todos los problemas requieren una reunión familiar; también podemos dejar que los hermanos acuerden soluciones para sus propios conflictos.

sábado, 22 de enero de 2011

Retomar el equilibrio familiar


No es imposible que las estructuras famliares desequilibradas se vuelvan a enderezar, pero como premisa, al menos uno de los miembros de la familia ha de darse cuenta de que algo va mal en el sistema.

El camino para poner una estructura familiar torcida «en orden» podría ser el siguiente:

— Cada uno de los implicados en el drama familiar se toma un poco de tiempo observa su propio puesto en el sistema. El que no haya respetado la frontera generacional o haya utilizado a otro en su beneficio y es sincero, pronto se dará cuenta de dónde ha fallado. Por ejemplo, cuando uno de los padres ha elegido como confidente de sus problemas sexuales al hijo adolescente. O cuando una abuela se ha apoderado de la educación de sus nietos, quitando competencias a la madre. O cuando un padre ha asignado a uno de los hijos el papel de «tonto» para así tener una justificación para favorecer a otro hijo preferido.

— Si se sospecha que el «fallo en el sistema» radica en las generaciones anteriores, por ejemplo, a causa de un «secreto familiar» como una adopción o un nacimiento ilegítimo, lo mejor es buscar información entre los parientes mayores. Lo que se lleva a un nivel consciente pierde su efecto negativo sobre el sistema familiar.

— Tan pronto como el transgresor de las delimitaciones generacionales o individuales haya reconocido su error, se retira de lugar ajeno y busca resolver su conflicto en el nivel que le corresponda. Si los hijos tienen edad para comprenderlo, los padres pueden explicarles que los han «utilizado» indebidamente, pero que ahora han reconocido su error.

Claro, que todo esto no siempre se logra sin ayuda, y a veces será necesaria una terapia familiar. Si el más consciente del problema logra transmitir su preocupación a los demás, con tacto y sin herir sensibilidades se puede intentar discutir la problemática en una reunión familiar entre adultos, incluyendo eventualmente también a los hijos adolescentes, si es que el tema les coincierne. De lo contrario, será mejor acudir a un profesional. A menudo, la famila tiene que recorrer un camino doloroso antes de poder reconocer y enmendar el problema, para, finalmente, llegar a la conclusión de que todos se quieren y forman una unidad.