"Yo, a tu edad...
...trabajaba, estudiaba y nunca me llevaba materias..." El latiguillo pega con insistencia en los oídos
adolescentes. Y es tan pertinaz como inútil. Porque el momento que le tocó vivir a ese papá fue otro: lejano y diferente, muy diferente. La libertad de los jóvenes se fue incrementando cada vez más, y
la permisividad paterna también. Pero cuando los hijos llegan a este tramo
los padres reviven su propia adolescencia y se tientan a hacer comparaciones y a proponerse como modelos. Sin embargo, los tiempos son otros, y la historia personal también.
La
poca responsabilidad del muchacho o la chica frente al estudio, la mentira que significa salir de casa con el aparente fin de ir a la escuela, mientras el verdadero destino es otro, puede ser una respuesta a sus padres; una forma de atacarlos en el lugar que más les duele.
Esta actitud es muy común en chicos con papas fríos, distantes, que privilegian lo intelectual sobre lo afectivo. O que depositan en sus hijos expectativas intelectuales que no son más que las propias. Y a las que
los adolescentes se oponen y desobedecen.
También es la forma elegida por el chico para "castigar" a un padre demasiado estricto, que no le permite expresarse y pedirle más libertad.
Cuando los adultos evocan su edad dorada destacan la rigurosidad con que fueron criados pero borran la rebeldía, la búsqueda de su propia identidad. A ellos les pasaba lo mismo que les pasa hoy a
sus hijos, aunque lo expresaran de otro modo. Esa necesidad de diferenciarse de mamá y papá forma parte del
desarrollo adolescente y encuentra distintas vías para manifestarse. La rebeldía puede llevarlos a "hacerse la rata", o a salidas mucho más autodestructivas, como la
violencia, las patotas, la drogadicción. Eso dependerá del tipo de acompañamiento que tengan en este proceso de individualización: con comprensión, con afecto, o con castigos.
Lo primero que sienten los padres
al enterarse de que su hijo les ha mentido son ganas de tomar medidas drásticas con él. Pero ni la total represión ni la permisividad completa son positivas en estos casos. Hay que tratar de encontrar el equilibrio, difícil pero no imposible. Y
el diálogo, indispensable, permanente, aunque les cueste a unos y a otros. La charla amable dará la pista más segura, la que lleve a la razón auténtica de una o muchas "ratas". Y una vez localizada será más fácil solucionar lo que no anda bien en el chico o en los padres.