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jueves, 9 de junio de 2011

Firmeza y diálogo para educar



Con los más grandes, hay que actuar de forma más diferenciada: ¿podemos pasar el asunto por alto?, ¿conviene distraerlo?, ¿o es necesario mantenerse firme?

Con los de edad escolar ya se puede dialogar. A menudo basta con decirles claramente que su comportamiento es inaceptable y que no vamos a tolerarlo.

Pero en todos los casos necesitan que compartamos mucho tiempo con ellos, realizar tareas juntos, hablar, leer, cantar, ir de excursión, pasarlo bien. Un chico feliz es un niño bueno. Y para ser feliz necesita sólo tres cosas: mucho amor, mucho ejercicio al aire libre y una tarea interesante por la que valga la pena esforzarse.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Padres de adolescentes


"Yo, a tu edad...
...trabajaba, estudiaba y nunca me llevaba materias..." El latiguillo pega con insistencia en los oídos adolescentes. Y es tan pertinaz como inútil. Porque el momento que le tocó vivir a ese papá fue otro: lejano y diferente, muy diferente. La libertad de los jóvenes se fue incrementando cada vez más, y la permisividad paterna también. Pero cuando los hijos llegan a este tramo los padres reviven su propia adolescencia y se tientan a hacer comparaciones y a proponerse como modelos. Sin embargo, los tiempos son otros, y la historia personal también.

La poca responsabilidad del muchacho o la chica frente al estudio, la mentira que significa salir de casa con el aparente fin de ir a la escuela, mientras el verdadero destino es otro, puede ser una respuesta a sus padres; una forma de atacarlos en el lugar que más les duele.

Esta actitud es muy común en chicos con papas fríos, distantes, que privilegian lo intelectual sobre lo afectivo. O que depositan en sus hijos expectativas intelectuales que no son más que las propias. Y a las que los adolescentes se oponen y desobedecen.

También es la forma elegida por el chico para "castigar" a un padre demasiado estricto, que no le permite expresarse y pedirle más libertad.

Cuando los adultos evocan su edad dorada destacan la rigurosidad con que fueron criados pero borran la rebeldía, la búsqueda de su propia identidad. A ellos les pasaba lo mismo que les pasa hoy a sus hijos, aunque lo expresaran de otro modo. Esa necesidad de diferenciarse de mamá y papá forma parte del desarrollo adolescente y encuentra distintas vías para manifestarse. La rebeldía puede llevarlos a "hacerse la rata", o a salidas mucho más autodestructivas, como la violencia, las patotas, la drogadicción. Eso dependerá del tipo de acompañamiento que tengan en este proceso de individualización: con comprensión, con afecto, o con castigos.

Lo primero que sienten los padres al enterarse de que su hijo les ha mentido son ganas de tomar medidas drásticas con él. Pero ni la total represión ni la permisividad completa son positivas en estos casos. Hay que tratar de encontrar el equilibrio, difícil pero no imposible. Y el diálogo, indispensable, permanente, aunque les cueste a unos y a otros. La charla amable dará la pista más segura, la que lleve a la razón auténtica de una o muchas "ratas". Y una vez localizada será más fácil solucionar lo que no anda bien en el chico o en los padres.

jueves, 3 de febrero de 2011

Escuchar a un niño pequeño


Pero, cuando se trata de asuntos más serios, conviene indagar con mayor profundidad. No es posible plantearle a un niño la elección de si quiere acostarse o no, comer o no, ir a la guardería o no. Entonces, hay que investigar por qué el pequeño aborrece la guardería o por qué no quiere acostarse. Por asombroso que parezca, los niños que se sienten tomados en serio son capaces de llegar a auténticos acuerdos.

El pedagogo norteamericano Thomas Gordon denomina "escucha efectiva" a la investigación de estas razones infantiles. Para ilustrar el proceso, describe el caso de una nena de cuatro años que cada mañana remolonea para vestirse.

La madre comienza el diálogo: "Tengo un problema: todas las mañanas debo vestirte yo, y así no me queda tiempo para preparar el desayuno". "Es que no quiero ir a la guardería", responde la pequeña. "¿Por eso no quieres vestirte? ¿No te gusta la guardería?". "No, es aburrida", contesta. La madre pregunta: "Entonces, ¿qué te gustaría hacer?". "Quedarme en casa y mirar libros contigo". Entre preguntas y respuestas ha salido a la luz que siente que su madre le dedica poco tiempo.

Ambas acuerdan que, a partir de ahora, utilizarán la hora anterior a la cena para jugar juntas. El verdadero problema no era la guardería, sino la atención de la madre.