Hay "rabonas" y "rabonas". Algunas son ocasionales e ingenuas; otras, reiteradas y más conflictivas. Todas merecen la atención y el control de padres y profesores.
-Papá, tenes que firmarme la reincorporación.
-Pero, ¿cómo?, ¿faltaste quince días?
Sí, fueron quince certeros y rotundos días los ausentes. Así lo testimonia el papel que el adolescente exhibe temeroso a su padre. La sorpresa inicial va seguida generalmente de una pregunta cargada ya de bronca: "¿Y dónde estuviste?". Porque mamá y papá se acuerdan bien del día que todos se quedaron dormidos y tuvo que faltar, de alguno más por la gripe, de la mañana que fue a sacarse la cédula, de uno o dos días de lluvia... ¿Y el resto?
Según los casos, los padres se enfrentan con un hecho intuido y la sorpresa entonces no es tal, o con una noticia inesperada que los angustia. No sólo están frente al hijo que no cumplió con su obligación de concurrir a clase, sino también ante la incógnita de saber qué hizo en esas horas. Para ellos hay dos transgresiones, y quizá la segunda les pese más.
Este tema no se presta para generalizar: hay "rabonas" y "rabonas". Algunas son ocasionales, otras muy frecuentes. Están los chicos que faltan sólo para salvarse de una prueba o de una lección, y los que usan ese tiempo para reunirse con sus amigos en un café, escuchar música, salir con una chica o un muchachito, o simplemente vagabundear sin rumbo.
Y también hay jóvenes que quieren probar y se "ratean" para no ser menos que sus compañeros -más acostumbrados a estas aventuras- y conseguir así su aceptación. Por lo general, estos chicos no pueden disfrutar mucho de esas horas libres, y se sienten culpables. Están incómodos, tensos, no saben bien qué hacer. Lo más probable es que terminen contándoles la "hazaña" a sus padres, o hagan algo para ser descubiertos.
Pero en cualquier caso es importante conocer cuál es la relación de cada adolescente con su familia y el control que los padres tienen de las actividades de su hijo. Sólo así se descubrirá el verdadero motivo de la falta.