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miércoles, 2 de febrero de 2011

Los hijos crecen


Para los niños pequeños, los padres son figuras tan grandes que cualquier mandatario político parece poca cosa a su lado. Poco a poco, los niños abandonan su estado inicial de ignorancia. Y cuantas más experiencias acumulen, más claro comprenderán que sus papas no son omnipotentes y que la mayor edad no confiere necesariamente mayor sabiduría.

Ya a los dos años los pequeños desarrollan una voluntad propia que no siempre coincide con la de sus progenitores. Sería necio aconsejar que se los deje hacer lo que quieran, pero sí hay que empezar a tomar su voluntad en cuenta. Es precisamente a esta clase de democracia a la que nos referimos: a que se consideren las opiniones, los deseos y los sentimientos de todos los miembros de la familia.

Cuando en un conflicto o una diferencia de opinión una de las dos partes impone su voluntad, la otra tiene la impresión de haber perdido la batalla. Sus sentimientos sólo pueden ser negativos: frustración, rabia, agresividad, quizá impotencia y resignación. En una familia democrática nadie debería sentirse perdedor.

Los pequeños expresan sus deseos y sentimientos en forma velada. Por eso, la primera premisa para construir la democracia familiar consiste en escucharlos bien. La nena de dos años que a toda costa quiere ponerse su remera roja, tiene sus razones, aunque no sepa explicarlas. Para tomar en cuenta la incipiente voluntad de la pequeña, sus padres deberían ofrecerle, siempre que fuera posible, dos opciones: "¿Quieres ponerte este pantalón o prefieres el vestido?", "¿Te bañas ahora o después de cenar?".

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