Beber con los amigos se ha convertido en una ceremonia arriesgada. A despecho de la advertencia anterior, cualquiera sabe, o ha visto, que en muchas familias se comete la "chistosa" imprudencia de que aun los más niños de la casa brinden con un sorbito de alcohol, e incluso a algunos se les permite ir probando el vino con soda "para que se acostumbren y el día de mañana no les haga mal".
Si se trata de varones, especialmente, algunos suponen que estos hábitos los harán "más hombres". Es así que el alcohol llega a adquirir el mismo significado de rito iniciático que posee el primer cigarrillo. Con esta actitud, los adolescentes -que están con un pie en la infancia y otro en la madurez- asocian el hecho de beber con un permiso de entrada en el mundo de los adultos. Bebiendo se sienten mayores.
Algo distinto ocurre con las bebidas fuertes: la "luz verde" no se enciende en el hogar, pero, en cambio, son totalme te accesibles en los bares, pubs, discotecas y fiestas de amigos. En muchas barritas de jóvenes, el que pide un refresco está mal visto y se arriesga a ser considerado un niño.
A duras penas se tolera esta actitud en las chicas, aunque también esto está cambiando. "Cuando salgo con mis amigos suelo pedir un jugo de tomates y les digo que lleva un poco ginebra para que no me pregunten por qué no bebo", cuenta Julieta, de 16 años. En cambio, Facundo sostiene muy convencido: "Una copa de vez en cuando no hace nada. En las discotecas te lo incluyen junto con la consumición... no vas a ser tan marciano de cambiar ese trago por un refresco".
Sea como fuere, el panorama es preocupante: aunque la familia no sea tolerante con el consumo de alcohol por parte de los jóvenes, es indudable que fuera de casa las normas paternas pasan fácilmente a segundo plano y es el grupo de pares el que lleva las riendas.
Si se trata de varones, especialmente, algunos suponen que estos hábitos los harán "más hombres". Es así que el alcohol llega a adquirir el mismo significado de rito iniciático que posee el primer cigarrillo. Con esta actitud, los adolescentes -que están con un pie en la infancia y otro en la madurez- asocian el hecho de beber con un permiso de entrada en el mundo de los adultos. Bebiendo se sienten mayores.
Algo distinto ocurre con las bebidas fuertes: la "luz verde" no se enciende en el hogar, pero, en cambio, son totalme te accesibles en los bares, pubs, discotecas y fiestas de amigos. En muchas barritas de jóvenes, el que pide un refresco está mal visto y se arriesga a ser considerado un niño.
A duras penas se tolera esta actitud en las chicas, aunque también esto está cambiando. "Cuando salgo con mis amigos suelo pedir un jugo de tomates y les digo que lleva un poco ginebra para que no me pregunten por qué no bebo", cuenta Julieta, de 16 años. En cambio, Facundo sostiene muy convencido: "Una copa de vez en cuando no hace nada. En las discotecas te lo incluyen junto con la consumición... no vas a ser tan marciano de cambiar ese trago por un refresco".
Sea como fuere, el panorama es preocupante: aunque la familia no sea tolerante con el consumo de alcohol por parte de los jóvenes, es indudable que fuera de casa las normas paternas pasan fácilmente a segundo plano y es el grupo de pares el que lleva las riendas.