Los niños necesitan un espacio para vivir y crecer, y en este espacio deberían poder alborotar y desahogar sus tensiones. Es aquí donde más chocan sus necesidades con las de los adultos. Es comprensible que el vecino del tercero se queje si la chiquillería de todo el edificio sube y baja las escaleras con un estruendo infernal o si los hijos del vecino de arriba estrenan sus nuevos patines precisamente en el pasillo.
Pero si protesta por el llanto de un bebé o las correrías de un pequeño de dos años, es él quien peca de falta de comprensión. "Tengo dos hijos de 5 y 7 años que, desde luego no son precisamente unos angelitos, pero el vecino de abajo tampoco resulta especialmente comprensivo. Harta de pedir a los niños que no corrieran, no hicieran ruido, no arrastraran sus juguetes..., he optado por dejarlos hacer lo que se les dé la gana en un horario razonable", explica una madre.
En el trato con las personas del vecindario o, simplemente, con la gente de la calle, nuestros hijos no siempre tienen que ceder sólo porque ellos son niños y los otros adultos. Abrirán la puerta al vecino enfermo, rengo, o que viene cargado, pero no hace falta hacerlo con cualquiera. En el ómnibus o en el subterráneo ofrecerán su asiento a quien lo necesite, pero no necesariamente a la señora de mediana edad que, posiblemente venga de un apacible té con sus amigas, mientras que ellos están cansados de un largo día escolar.
Esta cortesía "selectiva" requiere bastante observación. Resulta mucho más fácil seguir la norma "a todos los adultos hay que cederles el asiento", pero es precisamente este "ponerse en el lugar de los demás" lo que engendra la verdadera cortesía del corazón.
Aun así quedan unas reglas que se deben observar siempre: no hacer ruido precisamente a la hora de la siesta, tener cuidado de no chocar con nadie cuando corren o van en patineta, saludar a los conocidos... Claro que la cortesía de los niños a menudo es un eco de la de los mayores. "He observado -dice una madre- que mis hijos saludan a algunos vecinos saltando, con cara impasible, un escueto '...días', mientras que con otros se paran, arquean las cejas en son de agradable sorpresa y dicen 'hola, ¿qué tal?' o algo parecido. No es difícil adivinar a quién aprecian más".
Pero si protesta por el llanto de un bebé o las correrías de un pequeño de dos años, es él quien peca de falta de comprensión. "Tengo dos hijos de 5 y 7 años que, desde luego no son precisamente unos angelitos, pero el vecino de abajo tampoco resulta especialmente comprensivo. Harta de pedir a los niños que no corrieran, no hicieran ruido, no arrastraran sus juguetes..., he optado por dejarlos hacer lo que se les dé la gana en un horario razonable", explica una madre.
En el trato con las personas del vecindario o, simplemente, con la gente de la calle, nuestros hijos no siempre tienen que ceder sólo porque ellos son niños y los otros adultos. Abrirán la puerta al vecino enfermo, rengo, o que viene cargado, pero no hace falta hacerlo con cualquiera. En el ómnibus o en el subterráneo ofrecerán su asiento a quien lo necesite, pero no necesariamente a la señora de mediana edad que, posiblemente venga de un apacible té con sus amigas, mientras que ellos están cansados de un largo día escolar.
Esta cortesía "selectiva" requiere bastante observación. Resulta mucho más fácil seguir la norma "a todos los adultos hay que cederles el asiento", pero es precisamente este "ponerse en el lugar de los demás" lo que engendra la verdadera cortesía del corazón.
Aun así quedan unas reglas que se deben observar siempre: no hacer ruido precisamente a la hora de la siesta, tener cuidado de no chocar con nadie cuando corren o van en patineta, saludar a los conocidos... Claro que la cortesía de los niños a menudo es un eco de la de los mayores. "He observado -dice una madre- que mis hijos saludan a algunos vecinos saltando, con cara impasible, un escueto '...días', mientras que con otros se paran, arquean las cejas en son de agradable sorpresa y dicen 'hola, ¿qué tal?' o algo parecido. No es difícil adivinar a quién aprecian más".