Suena el despertador y todas las mañanas se reiteran las mismas escenas. El joven manifiesta no oírlo, se levanta tarde, y cada vez inventa una excusa diferente. No quiere y no puede ir a estudiar, situación que implica un llamado de atención de envergadura mayor y que tiene que alertarlos, dado que está expresando problemas serios que demandan una ayuda Las motivaciones que provocan el rechazo a la escolaridad y que se manifiestan con un bajo desempeño y hasta con e abandono de sus estudios, deviene de factores difíciles de explicar.
Algunas veces aparecen ante la inminencia de una crisis; por ejemplo, el divorcio de sus padres o la pérdida de un ser querido, una mudanza, etc. Porque sienten temor de no poder responder a las expectativas, a lo mejor demasiado exigentes de sus padres.
Pero esta falta de voluntad hacia la escuela también puede hacer su entrada cuando reclama un lugar en su grupo familiar pues cree -fantasía o no-, que las preferencias se centran en uno de sus hermanos y no en él. O para mortificar a sus padres, como un sutil reproche que intenta darles a entender que tiene dificultades para hablar con ellos. Un buen comienzo de solución sería el que acudan a la consulta con un terapeuta especializado, además de apersonarse a la escuela, en busca de una adecuada orientación. Seguramente, al tiempo se vislumbrarán cambios positivos en el rendimiento escolar.
Podríamos seguir enumerando diferentes problemas que hacen compleja (y hasta diría incómoda) la convivencia con los adolescentes. La sugerencia útil que les proponemos es que traten de detectar los momentos más viables y adecuados para escucharlos y también aquellas situaciones donde es preciso cortar una discusión con un enérgico y simple "no". Los padres tienen el deber de guiar y controlar las conductas psicosociales de sus hijos, pero también deben ayudarlos a desprenderse de ellos para que aprendan a ejercer solos distintas funciones que les posibiliten crecer y madurar.
Algunas veces aparecen ante la inminencia de una crisis; por ejemplo, el divorcio de sus padres o la pérdida de un ser querido, una mudanza, etc. Porque sienten temor de no poder responder a las expectativas, a lo mejor demasiado exigentes de sus padres.
Pero esta falta de voluntad hacia la escuela también puede hacer su entrada cuando reclama un lugar en su grupo familiar pues cree -fantasía o no-, que las preferencias se centran en uno de sus hermanos y no en él. O para mortificar a sus padres, como un sutil reproche que intenta darles a entender que tiene dificultades para hablar con ellos. Un buen comienzo de solución sería el que acudan a la consulta con un terapeuta especializado, además de apersonarse a la escuela, en busca de una adecuada orientación. Seguramente, al tiempo se vislumbrarán cambios positivos en el rendimiento escolar.
Podríamos seguir enumerando diferentes problemas que hacen compleja (y hasta diría incómoda) la convivencia con los adolescentes. La sugerencia útil que les proponemos es que traten de detectar los momentos más viables y adecuados para escucharlos y también aquellas situaciones donde es preciso cortar una discusión con un enérgico y simple "no". Los padres tienen el deber de guiar y controlar las conductas psicosociales de sus hijos, pero también deben ayudarlos a desprenderse de ellos para que aprendan a ejercer solos distintas funciones que les posibiliten crecer y madurar.