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Cómo alimentarse y alimentar a sus hijos

Madre es madre! Y para la mayoría, la mayor preocupación en el día a día con los niños es sin duda la comida. Algunos porque los niños ...

miércoles, 9 de febrero de 2011

El hermano mayor como modelo


Cuando en la familia hay un hermano mayor (de 15 ó 16 años) y los que le siguen son preadolescentes, el más grande suele terminar siendo el "padre" o la "madre" de los otros. Esta situación puede tener que ver con dos circunstancias que suelen repetirse con frecuencia: que él se ofrezca como modelo o que sea tomado como tal.

Nuestro hijo adolescente está grande, muy grande, y siente que en los últimos tres o cuatro años ha aprendido "todo" y mucho más. Por eso, cada vez que les hacemos una observación a sus hermanos más niños, nos mira como diciendo: "De dónde sacaste eso... Por favor...". Entonces, uno no sabe si realmente debe hacer las valijas y dejar el lugar que con mucho costo ocupaba o pegar cuatro gritos y mandarlos a todos a "limpiarse los mocos...", como decían nuestros padres.

Sucede que nuestro hijo mayor está creciendo y alista tropa para librar la propia guerra. Por su parte, los más niños, fascinados por el liderazgo de su hermano, lo convierten en modelo, amo y señor, y aprovechan a jugar su propia batalla de "emancipación anticipada".

martes, 8 de febrero de 2011

Economia familiar


Por supuesto que son los padres los encargados de administrar el presupuesto, pero con los hijos mayores sería deseable cierta transparencia en las finanzas. De este modo, si hace falta, podrán ser solidarios.

Además, no es lo mismo prescindir de caprichos porque los padres no pueden pagarlos, que pensar que son unos tacaños. En el caso de los pequeños basta con que tengan una idea general.

domingo, 6 de febrero de 2011

Un diálogo fluido


Pero tanto en la política como en la familia la democracia tiene sus límites. Por ejemplo, en asuntos de libertad personal. Al igual que el hijo no pide permiso a la hora de elegir a sus amigos, los padres no pueden exponer al criterio de los hijos asuntos de su incumbencia exclusiva, como una separación o una mudanza. Pero, en ambos casos, todos tienen derecho a ser informados. Los secretos familiares son nefastos para los niños. Aunque no puedan cambiar nada, al menos sentirán que se los tiene en cuenta.

En una familia democrática nadie debería sentirse perdedor. Dedicar horas a discutir problemas familiares con los hijos puede asustar a algunos padres porque, en principio, mandar es más rápido que dialogar, pero sólo a corto plazo: los padres que optan por dar órdenes pierden mucho tiempo, y nervios, en repetir, recordar, retar y controlar.

Además, no todos los problemas requieren una reunión familiar; también podemos dejar que los hermanos acuerden soluciones para sus propios conflictos.

sábado, 5 de febrero de 2011

Decisiones en familia


A partir de los cinco años da buenos resultados resolver los conflictos en asambleas familiares, que pueden convocarse tanto regularmente como a petición de uno de los miembros de la familia. No hay nada que no pueda ser discutido: la hija menor se queja de que su hermano ocupa demasiado tiempo el cuarto de baño, la madre pide más ayuda en la casa, el adolescente quiere llegar más tarde...

Pero, para que la asamblea familiar sea efectiva, es imprescindible que se respeten ciertas reglas:

No hay que acusar a nadie, sino plantear el problema en primera persona: "Cuando después de jugar quiero lavarme las manos, el baño está casi siempre ocupado...".

Una vez identificado el problema, todos deben proponer soluciones alternativas.

Se elige la mejor y se decide cómo ponerla en práctica. Es conveniente acordar un plazo para ver si funciona.

En la primera asamblea familiar, es mejor empezar con un problema presentado por uno de los hijos. Así los pequeños verán que este método puede aportarles beneficios.

jueves, 3 de febrero de 2011

Escuchar a un niño pequeño


Pero, cuando se trata de asuntos más serios, conviene indagar con mayor profundidad. No es posible plantearle a un niño la elección de si quiere acostarse o no, comer o no, ir a la guardería o no. Entonces, hay que investigar por qué el pequeño aborrece la guardería o por qué no quiere acostarse. Por asombroso que parezca, los niños que se sienten tomados en serio son capaces de llegar a auténticos acuerdos.

El pedagogo norteamericano Thomas Gordon denomina "escucha efectiva" a la investigación de estas razones infantiles. Para ilustrar el proceso, describe el caso de una nena de cuatro años que cada mañana remolonea para vestirse.

La madre comienza el diálogo: "Tengo un problema: todas las mañanas debo vestirte yo, y así no me queda tiempo para preparar el desayuno". "Es que no quiero ir a la guardería", responde la pequeña. "¿Por eso no quieres vestirte? ¿No te gusta la guardería?". "No, es aburrida", contesta. La madre pregunta: "Entonces, ¿qué te gustaría hacer?". "Quedarme en casa y mirar libros contigo". Entre preguntas y respuestas ha salido a la luz que siente que su madre le dedica poco tiempo.

Ambas acuerdan que, a partir de ahora, utilizarán la hora anterior a la cena para jugar juntas. El verdadero problema no era la guardería, sino la atención de la madre.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Los hijos crecen


Para los niños pequeños, los padres son figuras tan grandes que cualquier mandatario político parece poca cosa a su lado. Poco a poco, los niños abandonan su estado inicial de ignorancia. Y cuantas más experiencias acumulen, más claro comprenderán que sus papas no son omnipotentes y que la mayor edad no confiere necesariamente mayor sabiduría.

Ya a los dos años los pequeños desarrollan una voluntad propia que no siempre coincide con la de sus progenitores. Sería necio aconsejar que se los deje hacer lo que quieran, pero sí hay que empezar a tomar su voluntad en cuenta. Es precisamente a esta clase de democracia a la que nos referimos: a que se consideren las opiniones, los deseos y los sentimientos de todos los miembros de la familia.

Cuando en un conflicto o una diferencia de opinión una de las dos partes impone su voluntad, la otra tiene la impresión de haber perdido la batalla. Sus sentimientos sólo pueden ser negativos: frustración, rabia, agresividad, quizá impotencia y resignación. En una familia democrática nadie debería sentirse perdedor.

Los pequeños expresan sus deseos y sentimientos en forma velada. Por eso, la primera premisa para construir la democracia familiar consiste en escucharlos bien. La nena de dos años que a toda costa quiere ponerse su remera roja, tiene sus razones, aunque no sepa explicarlas. Para tomar en cuenta la incipiente voluntad de la pequeña, sus padres deberían ofrecerle, siempre que fuera posible, dos opciones: "¿Quieres ponerte este pantalón o prefieres el vestido?", "¿Te bañas ahora o después de cenar?".

martes, 1 de febrero de 2011

Familias democráticas

Está claro que la última decisión debe corresponder a los padres, pero considerar las opiniones de los hijos contribuye a crear un buen clima familiar.

Nadie querrá afirmar en serio que una dictadura es preferible a un sistema democrático. Sin embargo, dentro de la familia se conservan estructuras de poder que distan mucho de ser democráticas. Naturalmente, los padres de hoy son dictadores bondadosos, que explican y tratan de convencer. Pero la última palabra, desde luego, la tienen ellos.

Por supuesto que hay muchas cuestiones que no podemos negociar con los hijos porque, si por ellos fuera, tal vez no encontrarían el momento apropiado para irse a la cama ni el mejor día para comer pescado.

viernes, 28 de enero de 2011

Los niños y los vecinos


Los niños necesitan un espacio para vivir y crecer, y en este espacio deberían poder alborotar y desahogar sus tensiones. Es aquí donde más chocan sus necesidades con las de los adultos. Es comprensible que el vecino del tercero se queje si la chiquillería de todo el edificio sube y baja las escaleras con un estruendo infernal o si los hijos del vecino de arriba estrenan sus nuevos patines precisamente en el pasillo.

Pero si protesta por el llanto de un bebé o las correrías de un pequeño de dos años, es él quien peca de falta de comprensión. "Tengo dos hijos de 5 y 7 años que, desde luego no son precisamente unos angelitos, pero el vecino de abajo tampoco resulta especialmente comprensivo. Harta de pedir a los niños que no corrieran, no hicieran ruido, no arrastraran sus juguetes..., he optado por dejarlos hacer lo que se les dé la gana en un horario razonable", explica una madre.

En el trato con las personas del vecindario o, simplemente, con la gente de la calle, nuestros hijos no siempre tienen que ceder sólo porque ellos son niños y los otros adultos. Abrirán la puerta al vecino enfermo, rengo, o que viene cargado, pero no hace falta hacerlo con cualquiera. En el ómnibus o en el subterráneo ofrecerán su asiento a quien lo necesite, pero no necesariamente a la señora de mediana edad que, posiblemente venga de un apacible té con sus amigas, mientras que ellos están cansados de un largo día escolar.

Esta cortesía "selectiva" requiere bastante observación. Resulta mucho más fácil seguir la norma "a todos los adultos hay que cederles el asiento", pero es precisamente este "ponerse en el lugar de los demás" lo que engendra la verdadera cortesía del corazón.

Aun así quedan unas reglas que se deben observar siempre: no hacer ruido precisamente a la hora de la siesta, tener cuidado de no chocar con nadie cuando corren o van en patineta, saludar a los conocidos... Claro que la cortesía de los niños a menudo es un eco de la de los mayores. "He observado -dice una madre- que mis hijos saludan a algunos vecinos saltando, con cara impasible, un escueto '...días', mientras que con otros se paran, arquean las cejas en son de agradable sorpresa y dicen 'hola, ¿qué tal?' o algo parecido. No es difícil adivinar a quién aprecian más".

jueves, 27 de enero de 2011

Comportamiento de los niños


Seguro que a ningún padre le haría gracia si supiera que su hijo adolescente embadurna paredes y vallas con pintura o destruye cabinas telefónicas. Pero muchos toleran que sus hijos pequeños tiren papeles y latas; es más, algunos literalmente los incitan con su mal ejemplo a comportarse de esta forma tan poco civilizada. Y hasta los hay que no dicen nada si sus vastagos estropean el césped de las plazas púbicas o arrancan las flores de sus jardines. "Para eso pagamos nuestros impuestos...". Pero el césped no crece a fuerza de dinero: se requiere riego, muchos esfuerzos y todo el cuidado que le podamos ofrecer.

Conceptos como "la gente" o "la naturaleza" pueden parecemos tan abstractos que no reparamos en que también tenemos obligaciones de comprensión y respeto para con ellos. Existe un cuidado que no se ve recompensado de inmediato con una sonrisa o un "muchas gracias". Es la solidaridad con la naturaleza y con la comunidad en la que vivimos. Nuestros hijos deberían aprender a practicarla desde pequeños. Y la mejor forma de inculcárselo es dándoles buen ejemplo. De lo contrario, no podemos exigirles que su comportamiento sea solidario y respetuoso con el bien del público.

Los niños de alrededor de diez años reconocerán ya las situaciones en las que conviene ceder su asiento, abrir una puerta o ayudar a las personas que lo necesiten. No molestarán a los demás en la calle, el cine u otro lugar público. Deberán saber que la naturaleza tiene que ser respetada. En la mesa, habrán de comportarse de la misma forma que los adultos.

martes, 25 de enero de 2011

Los niños y las tareas del hogar


Los niños son laboriosos por naturaleza, aunque a veces lo disimulen. En algunos casos requieren que se inste para obtener su ayuda, y en otros, basta con darles permiso para que hagan cosas. Si bien a veces lo ponemos en duda y aunque parezca mayor el tiempo que perdemos en explicarles cómo hacer las cosas que el que empleamos en hacerlas nosotras mismas, a la larga va ser ventajoso tener alguien que nos dé una mano. ¿Por qué desperdiciamos tanto tiempo en persuadir a nuestros pequeños de los lentos que son?

Nunca tenemos que perder de vista que, pese a que su trabajo va a ser imperfecto, no estamos autorizados a manifestarlo abiertamente. Digamos no a las críticas por haber hecho mal las cosas, ya que el día menos pensado van a hacerlo todo bien y la familia entera se va a sentir más aliviada.

NO le exijan tareas que no podrá cumplir. Es ridículo esperar que un niño que todavía está en la escuela primaria deje la casa hecha un espejo sin la ayuda o la guía de los mayores, porque se cansará y dejará todo a medio hacer. Pero hay muchas cosas que hará con gusto: batir la crema para una torta, sacar a la calle la bolsa de residuos, regar una planta, limpiar una mancha pequeña en la pared... El secreto está en trabajar a la par de él.

Hay una regla fácil para determinar cuánto puede durar la tarea encomendada. Si el niño tiene dos años, dos minutos. Si tiene tres años, tres minutos, y así sucesivamente. Además, no hay que hacer diferencias por los sexos: una chica puede recoger las hojas secas del patio y un varón doblar la ropa recién quitada de la soga. Nunca tenemos que olvidar el placer que sienten los niños cuando tienen que trabajar con agua. Además, chicas y chicos pueden aprender bien pronto a lavar en forma individual sus prendas íntimas. Paso a paso, avanzando de lo más fácil a lo más difícil, nuestros hijos aprenderán.